En estos tiempos políticos donde cada cual tiene su encuestadora, cae como anillo al dedo la sentencia de Otto von Bismarck: “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”.

Una mentira cerdosa es decirle a la gente que en año y medio se compondrá el IESS, conociendo que los ladrones lo desmantelaron en medio siglo; igual, que quien venera a cierta persona y cree que irá a la presidencia de la república porque esta, un fugitivo rico, le compró la presidencia. En estas dolorosas etapas de barbarie política, los términos deshonor, iniquidad, oprobio, infamia, han pasado a formar parte del léxico cotidiano, y a las gentes no les va ni les viene ser tachados con estos epítetos. Ignominia es una “ofensa pública grave que sufre el honor o la dignidad de una persona” y para nuestra vergüenza y de nuestros hijos y nietos, en una placa empotrada en Carondelet a vista de todo el mundo –incluidos los turistas– están grabados los nombres de ciertos condenados a 8 años de prisión. De otro lado, a escasos 50 metros, en el monumento a la Independencia, resaltan los nombres de próceres: Abdón Calderón, Antonio José de Sucre y Andrés de Santa Cruz, venerados porque dieron su vida por nuestra libertad y ninguna culpa tienen que por falta de espacio deban compartir hasta honores con los de la mentada placa. Dicha placa debe recordar a los malos ecuatorianos, que aún existe dignidad y sangre en la cara de la gente noble en Ecuador; que robar 70 millones o un dólar destroza el honor; que comprar justicia tramposa destruye; que vagar por el mundo porque están prófugos y perseguidos es vergonzoso; que desempeñar funciones con grilletes es cochino; que presentarse como candidato a algo siendo pillo es vomitivo; que permanecer impertérritos mientras exhiben sus nombres, sin pudor, en un armatoste, es no creer, no creer en la vida, en Dios. (O)

Carlos Mosquera Benalcázar, cirujano, Quito