El número de páginas de una novela puede verse como un llamado a la persistencia lectora. Pero también a la dimensión del mundo fabulado por un autor. Pienso en Adicto + Comedia romántica del manabita Juan Fernando Andrade para entender esta segunda pieza del autor del guion de Pescador, la famosa película de la que tanto se hablara en 2011. Él debe tener contabilizada la cantidad de artículos culturales y reportajes que cubrió para la revista Mundo Diners. Muchísimos. Sin embargo, las palabras que se escriben para permanecer son las de los libros.

Un hombre sencillo que lee novelas

La novela en dos libros está sostenida en la misma voz, cruzan unos 12 años de una existencia insertada en Ecuador y bosqueja los perfiles de Portoviejo, Quito y Guayaquil, con una fidelidad sospechosa de autoficción, bajo la insistente pregunta de si nos están inundando de un intimismo exacerbado que no ciega al narrador respecto de su caótico contorno. Si bien tienen cierta independencia, los hechos están muy imbricados: el destruido Julián Vélez de “Adictos” es consecuencia de buena parte de la historia que se cuenta en segundo lugar. El treintañero periodista consume alcohol y pastillas como para borrar la realidad en la que ya no calza: su madre se convierte en su guardiana, su hermano es sospechoso de corrupción en el gobierno correísta, su jefa lo soporta por su talento, en su vacío interior resuena el nombre de una mujer. Ni internamiento de rehabilitación ni psiquiatras le ayudan a reencontrar un sentido. ¿Escribir?

Ese libro que me acompaña

El paso a la “Comedia romántica” comienza con la evocación de un espacio de amor. “O se acaba el libro o me acabo yo”, porque el lector se va enterando de que asiste desde la primera página a la escritura desesperada de una relación que, afirmándose como en el Romanticismo, de única y absoluta, es destructora y de tiempo concluido. El protagonista visita Samborondón y asiste a un Club de Libro de mujeres ricas -crítica social incluida- y se enamora de la invitante, una mujer casada, desde la primera mirada. Dos años de encuentros clandestinos y sueños en voz alta lo ligan profundamente a un proyecto que jamás se cumple por frivolidad y cobardía femeninas. Entonces, comprendemos la caída espiritual de quien no pudo entender que la relación se terminara, no por el divorcio de ella, sino por prohibición de sus padres.

Todas las historias de amor se parecen, pero esta no está contada, precisamente como historia romántica. El sexo es un camino abierto y repetido en las líneas, la mirada crítica sobre política, clase social, familia, amistades, es una contribución permanente para conocer la individualidad masculina. La práctica del periodista y escritor nutre y complica este libro de Andrade. Cuando cuenta el ingreso a un bar quiteño que hace porno directo mientras ofrece camarones al público, es un retazo crudo e impactante de una excelente crónica urbana. Cuando imagina una telenovela que escribiría para ganarse la vida en Guayaquil, derrapa en un montón de páginas obvias de conducta entre mujeres oportunistas y varones conquistadores. Entiendo la intención de simbolización política de unos personajes del segundo libro, donde están atrapadas figuras de identidad ecuatoriana, pero se hace muy larga. No salí triunfante de la hazaña de leer las 721 páginas. (O)