Cuando se cumplen exactamente cien años de la marcha sobre Roma, que llevó a Mussolini al poder, una fuerza política de esa tendencia llega al gobierno en Italia. Es evidente que el trauma social provocado por la brutalidad de aquella dictadura y de la guerra en que involucró a su país ha cedido paso a la desmemoria y a la irresponsabilidad colectiva. Es, sin duda, el caso más dramático, pero no el único en que la amnesia colectiva pone en riesgo a la democracia. El sinnúmero de estudios y libros que alertan sobre los riesgos a los que están expuestos estos regímenes es una muestra de esa situación. Más allá de los estudios académicos y periodísticos, son evidentes los retrocesos en países que se preciaban de contar con democracias consolidadas, como sucedió con Estados Unidos bajo Trump, y los frenazos en algunos que abandonaban autoritarismos de larga data, como ocurre en Rusia, Polonia y Hungría. En general hay malas noticias para la democracia.

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El panorama latinoamericano es muy preocupante en ese aspecto. Dos de los tres países que aparecían en todas las mediciones con los regímenes democráticos más sólidos –Chile y Costa Rica– atraviesan momentos de incertidumbre. Solamente Uruguay aparece como la excepción. Sin contar a las dictaduras claramente definidas de Cuba y Nicaragua, al autoritarismo semicompetitivo de Venezuela y al Estado fallido de Haití, que se sitúan en el polo opuesto, los demás países presentan serios déficits en aspectos como la vigencia de libertades y derechos, en la separación y balance entre los poderes, en la limpieza de los procesos electorales y muchos más en el control de la ciudadanía a los políticos. En otras palabras, el asedio a las democracias se produce en múltiples frentes a un mismo tiempo.

... el asedio a las democracias se produce en múltiples frentes a un mismo tiempo.

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Entre las múltiples causas de esta situación se destacan cuatro. Primero, la precariedad social en que se debate la mayoría de la población, con incremento de los niveles de pobreza y de desigualdad. Segundo, los bajos rendimientos económicos y sociales de los gobiernos, independientemente de su signo político, agudizados por la pandemia y las medidas de confinamiento correspondientes. Tercero, la desestructuración de los vehículos e instancias de representación, especialmente de los sistemas de partidos políticos y de los órganos legislativos. Cuarto, el avance del crimen organizado, con sus actos violentos, su penetración en las instancias políticas de todos los niveles y, sobre todo, con su rápida transformación en un elemento más del statu quo. Esos factores constituyen un coctel venenoso que alimenta las tendencias autoritarias, como ha sido evidente en Brasil bajo el gobierno de Bolsonaro y en El Salvador con Bukele. El autoritarismo es un virus que se contagia fácilmente.

Al Ecuador se lo podría situar en el grupo de los países más expuestos a esas amenazas, aquellos donde los problemas mencionados han alcanzado grados que resultan prácticamente inmanejables y que cuentan con las defensas más débiles. Para remontar esa situación se requiere un conjunto de decisiones y acciones que se sintetizan en esas dos palabras gastadas que son acuerdo nacional. Pero, este solamente puede comenzar a definirse y ejecutarse si se elimina la amnesia colectiva que alimenta el autoritarismo. Las experiencias propias y ajenas están al alcance de la mano. (O)