En la rara ocasión en que aparece una buena noticia no faltan tres o cuatro malas. Eso se refleja en el sentimiento que, según las encuestas, predomina en la población ecuatoriana. Ante esa evidencia, no faltan quienes apuntan sus cañones hacia el mensajero y acusan a los medios de privilegiar los hechos negativos. Así se busca eludir la necesaria autocrítica que deberíamos hacernos diariamente como colectividad. El problema está en el tejido de una sociedad que rápidamente va naturalizando la violencia y la corrupción mientras confía que un día las cosas se arreglan por chiripa.

Varios hechos se disputaron los primeros lugares en el ranking semanal de lo negativo. El primero fue un habeas corpus colectivo otorgado por un juececillo que seguramente actuó por temor al plomo o por la ambición de la plata. En su despacho confluyeron mágicamente los casos de un asesino común, de un político corrupto y de un traficante de medicinas. A los tres les otorgó la libertad por su condición de salud, sin molestarse en revisar la situación particular de cada uno, como si el examen de sangre o el de orina de uno de ellos fuera válido para todos.

Es su responsabilidad evitar que se reproduzca el libreto escrito por los carteles mexicanos.

Lo único positivo en ese caso fue la reacción de los órganos de justicia que le suspendieron al juez. Pero eso no oculta que pudieron evitar su participación en esta acción, ya que estaba vigente una suspensión por actuaciones previas de ese individuo, pero no tuvieron el cuidado necesario para hacerla cumplir.

El círculo íntimo de la Presidencia de la República puso su parte cuando dejó ver que algunos temas políticos se dejan a lo que la suerte decida. En la terna que firmó y envió el presidente incluyeron a una persona que apenas conocían. Se armó el sainete cuando, por pura chiripa, ese desconocido resultó seleccionado y se negó a retirarse como le pedían desde Carondelet. La suerte fue más esquiva cuando se difundió una conversación telefónica en la que un consejero presidencial le hizo una dura advertencia al beneficiario del chiripazo. Finalmente, confiando en que, gracias a la mala memoria colectiva, la suerte le sonría, el Gobierno se sumió en el silencio y dejó pasar el momento para ofrecer la explicación correspondiente. Cuando esta llegue, si es que llega, será tarde para borrar la imagen de la superficialidad y la confianza en el azar que impera en esas alturas.

Por otro lado, la cuota de violencia se materializó con el asesinato de un periodista en Manabí. La Policía actuó eficientemente y capturó a los sicarios. Cabe esperar que estos no tengan un juececillo de confianza, que la Fiscalía no se confíe en la suerte y que siga el hilo hasta los autores intelectuales. Es su responsabilidad evitar que se reproduzca el libreto escrito por los carteles mexicanos.

La mayoría parlamentaria no podía dejar de atizar el fuego. Como si el gobierno no fuera suficientemente débil, intentó enjuiciar al único ministro del frente político que conoce su campo. Paralelamente, eliminó gran parte de los instrumentos de protección de la ciudadanía frente a la delincuencia y a los estallidos.

En fin, no es difícil entender el pesimismo de la ciudadanía, que cada vez con más ahínco pone sus esperanzas en la serendipia. En el chiripazo. (O)