Notas de la prensa internacional han hecho trascendente un deprimente espectáculo acontecido en el Mar Menor, laguna de agua salada formada en la parte mediterránea de España en la región murciana, donde se observa la muerte masiva de millones de peces a causa de la falta de oxígeno, resultante del permanente vaciado de líquidos con alta concentración de fertilizantes, especialmente nitrogenados, residuos de intensa actividad agrícola con riego continuo e ilegal implantación. Este proceso denominado eutrofización afeó el pintoresco paisaje por la formación de una aberrante lámina denominada sopa verde.

Los rastros de nutrientes son absorbidos por el fitoplancton o capa de especies, autónomo en su alimentación en virtud de la fotosíntesis, que crecen sin cesar hasta formar una malla con tal densidad que impide la penetración de los rayos solares, privando de vida a vegetales habitúes en el fondo de reservorios (fitobentos), incapacitados de realizar dicho proceso, que requiere la presencia de luz, teniendo como corolario fatal el exterminio de individuos acuáticos, en lo que antes era un atractivo y frecuentado enclave turístico.

Se ha cuantificado el vertido en cinco toneladas diarias procedentes de malas tareas agrícolas insostenibles, entre ellas el excesivo uso de nitrogenados y en menor proporción fosfatados a lo que se agrega la drástica urbanización, causas indiscutibles de una recolección de 5,5 millones de toneladas de peces y crustáceos extinguidos por falta de oxígeno indispensable para la respiración de seres que moran en las aguas, elevada cifra que grafica un degradante panorama de mortandad que contradice los afanes conservacionistas que anima a la mayoría de ciudadanos del Viejo Continente, ejemplo de lo que no se debe hacer en ninguna parte del planeta.

La tragedia ocurre en casi todas las avenidas de agua y zonas lacustres cercanas a cultivos de alta explotación del Ecuador, situación que se observa en el amplio sistema hidrográfico del Guayas, en que se destacan los ríos Daule y Babahoyo, hasta hace poco lugares providenciales donde proliferaban peces que cubrían en gran medida las necesidades alimenticias de poblaciones de bajos recursos y transeúntes acostumbrados a degustar preparados producto del ingenio montuvio a lo largo de sus riberas, constituidos en fuentes de abastecimiento de mercados populares, que ahora los tornan prohibitivos por altos niveles de toxicidad.

La contaminación de ríos, esteros y otros flujos no es solo por vestigios de químicos de empleo agrícola o industrial, sino por excesiva presencia de coliformes fecales que propalan enfermedades, afectando a los vecinos de los poblados que atraviesan y a centros urbanos que se proveen del líquido crudo o con insuficiente tratamiento, comprobado portadores de patógenos que atentan a la salud humana y animal.

La pregunta clave es ¿cómo remediar? Las soluciones son varias, pero a costos elevados e impracticables como detener en origen los derrames sucios a través del mejoramiento de prácticas campesinas, de lenta adopción o interceptarlos antes de que lleguen a los ecosistemas vulnerables que se aspira a preservar. (O)