Etimológicamente élite significa los elegidos, una clase escogida para ostentar una posición de honor y poder, con base en méritos. No son electos mediante sufragios, sino con un consenso pasivo pero evidente sobre condiciones o acciones que la comunidad valora. Valorar es asignar valores que ese grupo humano reconoce. Durante muchos años, valor en sentido de valentía era “el valor”, pero con el desarrollo de la cultura esta calidad se comenzó a aplicar a otras condiciones, la sabiduría, determinadas habilidades prácticas, la capacidad de crear riqueza... etcétera.

Hay constantes en las valoraciones que hacen las distintas sociedades y también variaciones importantes. Entre los pueblos religiosos es muy valorado el ser elegido por una entidad sobrehumana o, si se quiere, por la capacidad de hacer creer que es así, mientras que esa condición en sociedades más seculares no habilita el acceso a posiciones de honor y poder. Ahora bien, el poder en muchos grupos humanos no es ejercido por alguien valorado por sus súbditos, sino por quienes imponen su dominio por la fuerza. No es raro que el poder se base en una legalidad que se acepta a falta de otra opción, en un consenso débil e inestable. Pero hay estados y naciones, en los que el manejo de los intereses comunes sí los hacen grupos valorados, a los que se admira, respeta y se aprecia. Pongamos el caso de las repúblicas, coronadas o no, del norte de Europa. La gente acepta la posición preeminente de su dirigencia política y empresarial, los cambios de gobierno se dan dentro de esquemas aceptados por casi todos y no significan catástrofes. Pocos son los que quieren el derrumbe de las grandes empresas que cumplen la ley y pagan los (muy altos) impuestos.

No ocurre lo mismo en América Latina y menos en el Ecuador. Hay un divorcio entre las clases dominantes y el pueblo. Para el grueso de la población los dirigentes políticos son una gavilla de pícaros y los candidatos a cualquier cargo, buitres que llegan ávidos a saquear lo que haya. ¿Y por qué eligen a tal o cual líder? Por antivalores que expresan con curiosos argumentos: porque roba, pero hace obra; porque les va a sacar la madre a los ricos; porque es el menos ladrón; y, en el mejor de los casos, porque es el mal menor. Y así sucesivamente, nada que se parezca a una creencia objetiva en los méritos positivos de esas personas. Algo parecido con la dirigencia de empresas, se piensa de ellos que, en su gran mayoría, llegaron a la prosperidad porque robaron, salvo algunos que heredaron, pero todos son tramposos, ambiciosos, explotadores de los trabajadores y de los clientes. Entonces no se trata de “élites”, porque no han sido reconocidas como clases rectoras, simplemente ejercen un dominio precario, expuesto a las mutaciones impredecibles de las masas. El problema principal estriba en la poca consistencia e indeterminación de los valores que se observa a todo nivel en estas sociedades. Nuestras escalas de estima, admiración y respeto son difusas e inestables. Sin valores aceptados y practicados en todo el cuerpo social no puede haber élites que conduzcan a toda la comunidad hacia el desarrollo integral. (O)