Me gustaban esas épocas en las que discutía de fútbol, de política o de arte con amigos que no tenían más argumentos que la pasión. En la mesa de un bar, defendiendo sus posiciones sin data, sin Google, solo con la certeza absoluta de sus convicciones.

Eran discusiones interminables en las que jamás se convencía a otro sobre ningún tema. Se sabía que nada cambiaría, pero la astucia y la habilidad retórica daban vida a la noche. Eran los “sabelotodos” lindos.

En la era digital las redes sociales han democratizado la voz, permitiendo que cualquier persona pueda expresar opiniones, críticas y consejos sobre diversos temas. Esta democratización ha llevado a la proliferación de los sabelotodos, quienes, en muchos casos, contribuyen más al ruido que a un diálogo significativo.

Vive la esperanza...

Este fenómeno se caracteriza por la presencia de usuarios que, sin tener conocimiento profundo o especializado, se sienten capacitados para opinar y criticar sobre cualquier asunto. Esta tendencia no solo diluye la calidad del debate, sino que puede fomentar la desinformación y polarización.

La RAE define al sabelotodo como persona que presume de sabia sin serlo y propone como sinónimos los términos sabiondo, pedante, repipi y sabidillo (me gusta como suena repipi).

El micrófono y la pantalla

Raúl de la Cruz, periodista mexicano, fue más allá y definió a los sabelotodos como cretinos, acomplejados, resentidos, que creen que todos a su alrededor son idiotas y consideran que es su obligación en la vida corregir y dar consejos.

En las redes hay repipis de todo tipo, los que encontraron el secreto para perder peso, los que venden éxito, los gurús espirituales y los genios del deporte. Esos no me importan, que sean felices. A los que realmente no comprendo hoy son algunos sujetos que, estando el país en la situación que está, con los desafíos enormes de seguridad, narcotráfico y corrupción, entre otros, se dedican obsesivamente a buscar errores y falencias menores en el Gobierno y revelar sus descubrimientos como repipis, por ejemplo, vociferando que si hubo mucho video o no en el Informe a la Nación, que si los zapatos, que si tal cifra, buscando claramente polemizar, en lugar de comprender, preguntar o contextualizar para aportar a una discusión seria.

Lo cierto es que yo me acuerdo cómo estábamos hace seis meses, angustiados, en total incertidumbre, con miedo, sin ninguna salida posible frente al avance del crimen organizado y valoro la valentía de un Gobierno con gente que no venía de la política, como una Mónica Palencia y muchos más que hicieron frente a un momento de terror y encontraron un camino, que guste o no, hoy nos permite estar hablando de esto desde otra perspectiva. Entonces, me molesta la falta de memoria y la falta de sentido de país de esos que solo se dedican a destruir por destruir.

Porque las redes sociales se han convertido en plataformas para los discursos simplistas y las soluciones rápidas, con una masificación de sabelotodos que buscan reconocimiento favoreciendo la popularidad sobre la profundidad de los contenidos o las consecuencias de los mismos.

Esos son los “sabelotodos” feos. Los repipis. (O)