Los escenarios de la dinámica pública de una sociedad son proclives, lamentablemente, de ser capturados por el delirio. ¿No estaban delirando esos ecuatorianos que vivaron “¡Correa! ¡Correa!” en el acto de posesión del presidente Gustavo Petro en Bogotá? ¿Vitorear a un hombre prófugo, en pleno siglo XXI, mostrando con eso que solo la presencia de un caudillo, para ellos, puede garantizar un proyecto político? El devenir de nuestra América, según Carlos Granés, autor de Delirio americano: una historia cultural y política de América Latina (Bogotá, Taurus, 2022), está plagado de intelectuales y políticos delirantes.

Es increíble que a estas alturas de la historia todavía existan personas, incluso con instrucción superior, que sigan creyendo que cualquier ocurrencia que se inscriba en la izquierda garantiza una acción correcta mientras se apele al pueblo, a la igualdad, a la justicia, sin importar que se lo haga de una forma vacía. Las universidades han sido en parte responsables de esta distorsión, pues hasta hoy en algunas de ellas se actúa como si fueran semilleros para la revolución. Estudiar y documentarse, releer y reinterpretar es una tarea ineludible para tener los pies en la tierra y así plantear propuestas realizables y responsables.

Granés hace un llamado a la sensatez: “América Latina no es la tierra del prodigio, ni de la utopía, ni de la revolución...

Granés en su libro hace un recorrido por las principales ideas que, desde fines del siglo XIX, han animado los debates culturales y políticos en los países latinoamericanos. Y el resultado de esta indagación es impactante: desde José Martí, que muere en la guerra de independencia cubana como un torpe e inexperto combatiente, aquellos latinoamericanos que cambiaron las letras por las armas ocasionaron desastres. Los modernistas, por ejemplo, empezaron negando la realidad y apostando por mundos lejanos que los llevaron a tratar de demostrar la superioridad del espíritu latino sobre el utilitarismo del sajón.

Es el momento en que los nacionalismos dañinos aparecen pues, en el caso argentino, asimilan la identidad del gaucho con la de los generales del ejército. O, de achacar los males del atraso de un país a las razas india, negra y mestiza, se pasó a considerar esas etnias como una grandeza, ambas posturas sin fundamento racional. Ciertos vanguardistas, más adelante, prefirieron, para crear un hombre nuevo, las dictaduras. Uno de los delirios más duraderos surge con la Revolución mexicana, cuyos ideólogos proclamaron la aparición de una raza cósmica, propia, capaz de redimir a la sociedad latinoamericana de todo mal.

Al constatar que Cuba, que se presentó como la gran solución para Nuestra América, está muy atrás de la prosperidad, Granés hace un llamado a la sensatez: “América Latina no es la tierra del prodigio, ni de la utopía, ni de la revolución, ni del realismo mágico, ni de la descolonización, ni de la resistencia, ni del narco, ni de la violencia eterna, ni del subdesarrollo, ni de la esperanza, ni siquiera del delirio”. Aunque han revivido el peronismo y el indigenismo, ¿en qué mejoraron los latinoamericanos con las mitologías del aprismo, el priismo, el indigenismo, el peronismo o el castrismo? Para Granés, “es hora de poner un pie en el siglo XXI”. (O)