¿Es posible habitar un Ecuador en el que todos tengamos cabida de manera plena? Desde hace varias décadas, entre nosotros, el discurso de la interculturalidad llegó a la Constitución para darnos cobijo como un país plural y diverso. Pero eso es solo la letra. ¿No demuestran las alarmantes noticias la realidad de nuestra pobreza y nuestra inequidad que impiden la experiencia de pertenecer a una sociedad equilibrada? No existirá comunidad mientras unos prácticamente se mueren de hambre y no tienen techo, mientras otros delinquen impunes usando el poder político o económico que han conquistado. Esto es más bien un remedo de país.

Por estas injusticias abismales, con mayor o menor justificación, se ha llegado a librar guerras internas que son una expresión absoluta de la descomposición de una nación. El libro Los desacuerdos de paz. Artículos y conversaciones (2012-2022) (Madrid, Alfaguara, 2022), del escritor Juan Gabriel Vásquez, nos permite entender los dramas de nuestra vecina Colombia, que intenta, desde hace décadas, plasmar una nación que pueda vivir en paz, lo que constituye uno de los valores supremos de la sociedad y de las personas. Las lecciones del conflicto colombiano son una enseñanza para los demócratas del mundo entero.

En medio siglo de existencia la guerra colombiana ha dejado más de doscientos mil muertos: ¿para qué fue necesario tanto sacrificio de vidas humanas, la mayoría de ellas civiles? ¿La guerrilla colombiana ha construido un mejor país? Lo que es admirable es que Colombia haya sobrevivido a semejante devastación hecha en nombre de unos ideales utópicos que decían estar al lado de los más pobres y los más necesitados. Dilucidar la verdad de este episodio trágico no es fácil, pues, como señala Vásquez, la mentira aparece en nuestra existencia allí donde el poder y la política se inmiscuyen para generar tribalismo, sectarismo e intolerancia.

Es admirable que Colombia haya sobrevivido a semejante devastación hecha en nombre de unos ideales utópicos...

“La democracia que prefiero es la que corrige todos los días el rumbo con pequeños movimientos, con negociaciones diarias, con ese esfuerzo cotidiano por entender los objetivos del otro, aceptar que pueden ser justos y tratar de encontrar un camino medio”, afirma Vásquez en el esfuerzo por dirigir la política hacia el bien común. Esto hay que decirlo para denunciar las prácticas perversas que la política partidista ha fijado en nuestras sociedades. En el Ecuador, ¿no es la mayoría de la Asamblea Nacional un nido en el que se alimenta y se aúpa la corrupción moral y material apelando a unos ideales engañosos y dañinos?

Por esto Vásquez aboga por recuperar, en el terreno de lo público, la función de la lectura de novelas, porque en ellas los lectores salen cuestionados acerca de sus convicciones y creencias, pues en esas narraciones se despliegan recovecos de la realidad que no podemos ver más que bajo la forma de las ficciones de hoy. Vásquez también recuerda que, en El general en su laberinto, Gabriel García Márquez le hace decir a Bolívar que “cada colombiano es un país enemigo”. ¿Podremos sostener un país sin enemigos? Mientras tanto, el esfuerzo que nos propone es avanzar hacia una sociedad libre de la violencia y la mentira. (O)