“Estamos a punto de ser arrollados por la IA como por un camión”, pronosticaba un periodista tan guapo como brillante. Desayunaba yo como cada día, mamarracha y acariciando con gratitud mi taza de café mientras mi pantalla mágica me mostraba mis shows de comedia política que en los EE. UU. se transmiten de noche y en Europa alegran mis despertares. Digo “alegran” porque, a pesar de tanto tramposo moscardón depredador sediento de “crecimiento” y “productividad”, empecinado en promover sociedades de explotadores y explotados, ganadores y perdedores, reyes y súbditos, las voces disidentes no cesan de brillar con su inteligencia e innegociable sentido de justicia y libertad sin jerarquías. Y si esta resistencia, en lugar de andar de luto, lacrimosa y derrotada, llega chispeante y afilada en forma de sátira, parodia, caricatura y risa, más poderoso es su alcance, más peligroso para la estrategia tiránica basada en el miedo y la ignorancia.

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¿Huntington tenía razón?

Un genio de la comedia política, Stephen Colbert, entrevistaba a Ezra Klein (excolumnista de The Washington Post, cofundador de Vox Media, podcaster con ojo de águila visionaria) y aunque tuve la tentación de tomar screenshots para mi galería de amores imposibles, venció mi sensatez y me concentré en sus palabras. Hablaban de las obscenidades del Gobierno de EE. UU. y sus nefastas repercusiones geopolíticas, espirituales y medioambientales en el futuro de la humanidad (o lo que quede de ella cuando caduque la moda retro del fascismo, y los Milei, Putines, Bukeles, Trumpes pasen a formar parte de un bestiario histórico cuyas fotos nos dará vergüenza mostrar a nuestros nietos).

Klein revelaba: “Algo por lo que trabajo y deseo para mis hijos es un futuro que valore a los seres humanos. Llevamos mucho tiempo presionando a los humanos para que actúen como máquinas. Vivimos en un sistema que nos valora por aquello que podemos producir y la etiqueta que nos pueden poner. Pero estas máquinas serán capaces de resolver gran parte del trabajo cognitivo que hoy hacen los humanos. Y no hemos pensado realmente qué sucederá si carecemos de una estructura de valores”. ¿De qué valores habla Klein? De valores universales y eternos que trascienden épocas, religiones e ideologías: “La dignidad que nos concedemos los unos a los otros: el valor de una persona por el hecho de ser una persona”.

O sea, lo contrario de lo que Musk y Trump procuran, denigrando el trabajo de sus empleados públicos, predicando hipócritamente una meritocracia que si fuera real no aceptaría a tipos como Trump y sus ministros. O sea, lo opuesto al espectáculo deshumanizador en que han convertido la deportación y encarcelación de migrantes indocumentados a quienes llaman terroristas y criminales sin mostrar prueba legal alguna; mujeres, niños, hombres que regresan esposados a su país de origen con la venia de líderes sometidos. Esta guerra contra la empatía (valor al que acusan estratégicamente de debilidad) nos disminuirá espiritual y materialmente: nuestro valor como especie humana y el motor que ha impulsado nuestro desarrollo ha sido siempre la empatía donde reside nuestro poder de creación y supervivencia colectiva. (O)