Nos duele Esmeraldas, la provincia olvidada del Ecuador diverso, la de los atletas con físicos impresionantes y niños mal alimentados. Sin escuelas pero que hacen de cada campito, calle, playas y terreno abandonado una cancha para jugar. La tierra de nadie donde el sicariato es una opción de vida, y los niños y jóvenes, soldados de una guerra de carteles que los utilizan como objetos descartables.

El mismo día de las inundaciones devastadoras –solo estamos en el comienzo del fenómeno de El Niño, que puede ser arrasador–, en la isla Trinitaria, lugar donde viven muchos esmeraldeños que hicieron de Guayaquil su hogar y su refugio, una masacre dejó casi una decena de muertos y heridos graves. Casi todos provenientes de la Provincia Verde, la tierra del encocado, la marimba, la sonrisa, el baile y la negritud descendiente de la madre África.

Esmeraldas tiene una vulnerabilidad histórica estructural. La capital posee una densidad poblacional enorme, afectada por falta de viviendas adecuadas, falta de agua potable en buenas condiciones y asolada por la inseguridad y carencias en el área educativa y sanitaria. Su cercanía con la frontera añade problemas con grupos irregulares violentos del vecino país, dada la permeabilidad de los pasos fronterizos.

El terremoto de 2016 tuvo efectos e impactos que no fueron atendidos por razones, sobre todo, de índole política. Se llegó incluso a retirar al Estado de la isla de Muisne, lo que muchos consideraron una decisión estratégica que favoreció el libre tránsito de la droga entre Ecuador y Sinaloa (México). La actual crisis devastadora de las inundaciones manifiesta la falta de recuperación de desastres anteriores. La nula previsión ha aumentado la vulnerabilidad de toda la población y la dificultad para mitigar los estragos por carencia de infraestructuras adecuadas de albergues, hospitales, etc.

La comunidad no se puede desempeñar normalmente ni tiene la capacidad de enfrentarlo con sus propios medios. Necesita ayuda rápida y eficaz.

El Estado, que se ha mostrado a lo largo de los últimos años ineficaz en “tiempo de paz”, tiene aún menos posibilidades de serlo en tiempos de emergencias y desastres.

Lo primero que hay que hacer es salvar vidas, luego proteger a la gente y hacer que puedan volver dignamente a desempeñarse como ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos.

La urgencia de asignar recursos de manera inmediata y elaborar un plan de recuperación en un marco de actuación para todos los actores: el Gobierno nacional, los GAD, las organizaciones de la sociedad civil, las universidades, el sector privado, los organismos de cooperación internacional, parece casi imposible en la etapa de transición que vivimos y lo será también para el nuevo Gobierno, que seguramente tendrá que atender problemas similares en otras zonas del país.

Si el Estado declara la emergencia humanitaria en Esmeraldas, reconoce la necesidad de ayuda internacional y abre las puertas para recibirla.

Se aplica el principio de subsidariedad: lo que yo no puedo hacer lo hacen otros, otras comunidades, otros actores, otros países que no relevan la autoridad del Estado, pero sí ayudan a que puedan cumplirse los objetivos de desarrollo y dignidad humana que la provincia y la ciudad necesitan. (O)