El relato es una expresión que ha ganado espacio en el lenguaje político en los últimos años. El término aparece siempre precedido por el artículo, con lo que adquiere la relevancia de un concepto. Con esa expresión se alude a la interpretación de los hechos, pero no a una interpretación cualquiera, sino a la que se vuelve predominante. Así, el relato es la imagen que queda en la cabeza de la gente, y que es tomada como una verdad indiscutible. Por ello, la lucha política es, entre otras cosas, una disputa por imponer una visión. Quien logre hacerlo habrá ganado por lo menos una batalla.

Un caso claro de la implantación del relato, en nuestro medio, se encuentra en la evaluación de los últimos años del siglo pasado y en particular del gobierno de Jamil Mahuad. La opinión predominante se restringe al feriado bancario, esas dos palabras que satanizan al conjunto. En esa visión no tiene cabida la crisis que se venía arrastrando, ni la caída de los precios del petróleo o el fenómeno de El Niño, mucho menos los bloqueos en el Congreso. Tampoco cabe en ella un hecho de trascendental importancia como la firma de la paz con el Perú, porque al hacerlo se balancearía la percepción negativa y sería imposible imponer la visión única.

En el libro Así dolarizamos al Ecuador, el expresidente emprende su propia lucha contra el relato que se impuso y que está firmemente arraigado. Desde la introducción, construida a manera de diálogos socráticos con sus estudiantes, va revisando las opciones que tenía su gobierno y evalúa las decisiones tomadas. Queda claro el estrecho margen de acción en el que estuvo obligado a moverse y la dificultad para ampliarlo debido principalmente a la actitud no colaborativa de los otros actores políticos. Pero, queda claro también que esa actitud puede ser modificada en otros temas y cuando se utilizan otros recursos, como lo demuestra su análisis largo y profundo del proceso de paz con el Perú. Con su actuación –y la de su canciller Ayala Lasso–, en ese campo encuentra un antídoto para lo que denomina “la envenenada herencia”. Sin embargo, poco o nada de esto queda en el relato.

La defensa de la congelación de depósitos y del feriado bancario (que son analizadas desde la visión política, pero también académica de manera pormenorizada), podrán tomarse como una defensa obvia y esperable viniendo de quien fue el responsable. Pero, más allá de esa defensa interesa la consideración de las circunstancias en que se tomaron esas medidas, las opciones alternativas a las que podía acudir y las acciones complementarias que se aplicaron. Por supuesto que el lector puede discrepar con las decisiones tomadas, pero lo valioso del libro es que proporciona, de primera fuente, las condiciones que configuraban el problema y que lo rodeaban como un enmadejado complejo.

Los libros escritos por políticos están destinados a provocar pasiones, y este no será la excepción. Es saludable que sea así, ya que de lo que se trata es precisamente de fomentar, desde múltiples visiones, la lucha en el campo de la construcción del famoso relato. Las sociedades se enriquecen cuando a este oponen el anti-relato y las personas tienen opciones para escoger. (O)