El Premio Cervantes Chico no es “chico”, es un notable galardón que otorga el ayuntamiento de Alcalá de Henares, ciudad natal de Miguel de Cervantes, que recompensa la trayectoria de escritores especializados en literatura infantil y juvenil, en todo el mundo de habla hispana. Hay un Reconocimiento Especial Cervantes Chico Iberoamericano en el que los escritores ecuatorianos han destacado; de siete ediciones, tres han sido ganadas por compatriotas. Sorprende el predominio de este país que en tantos ámbitos es sistemáticamente omitido, pero no extraña. Desde hace dos décadas como librero y columnista he reiterado que tenemos una literatura infantil de calidad, creativa e innovadora. Estos tres ganadores son Edna Iturralde (2020), María Fernanda Heredia (2023) y, en este año, Édgar Allan García. Un trío de indiscutibles, dentro del notorio conjunto de la narrativa infantil nacional.

La literatura para niños y adolescentes no es un género “chico” ni menor. Es muy importante, de su calidad y abundancia presente dependen el futuro de la literatura. Además, es un arte difícil, no accesible para cualquier persona. Se requiere esfuerzo y cierto don para saber entender los dictados de esos críticos implacables que son los niños. A ellos no se los engaña, la obra gusta o ahí se queda, no les interesan los argumentos de los mayores. Como conozco a Édgar Allan García desde hace cuarenta años (¡décadas, décadas!) siempre me complació ver que sus historias encantaban a esos pequeños y exigentísimos lectores. La perla la pondría mi hija Eloísa, entonces de 5 años, a quien sorprendí una mañana leyéndole Leyendas del Ecuador (obra de García) al jardinero mientras deshierbaba sin cesar el terreno.

El ahora galardonado con el Cervantes Chico es nacido en 1958 en Guayaquil, pero de origen esmeraldeño, calidad que reivindica en todos los ámbitos de su vida desde el ensayo (porque maneja varios géneros literarios) hasta la cocina. Y si es por premios, una larga ristra de tales distinciones son hitos que jalonan su trayectoria. En su mayor parte son por sus aportes a la lectura infantil y por su poesía, porque es poeta en serio. Y como tal lo conocí en la Pontificia Universidad, no éramos amigos. Yo era de terno, viejo y enemigo de la izquierda; él era un joven progresista, de fulgurante gracia tropical que tanto impacta en los quiteños... y quiteñas. Era improbable la amistad, pero cuando emprendí un proyecto de televisión decidí que debía contar con él, fue el más extrañado con mi pedido, pero aceptó. Desde aquel entonces lo llamo “el poeta”.

Mediodías y noches dedicadas a hablar de literatura. Al naufragar alguno de los planes en que nos metimos, me escribió una carta inolvidable y lapidaria. Señalaba mis debilidades y defectos con acierto, pero con afecto. Las hambres feroces, el poder intolerable, la gloria insufrible. Los enemigos del alma lo son también de la amistad. El diablo, que se ha posesionado del siglo XXI, nos apartó. Los amigos y las amigas, el encocado y el vino, Whitman y Vallejo... un mundo compartido que perdimos sin violencia, pero con motivos. Nada y tanto, sé que en 2026 tendrá un nuevo libro y un nuevo premio que celebraremos a los tiempos. (O)