Hace dos semanas se cumplieron ochenta años de la liberación de los últimos prisioneros del campo de concentración de Auschwitz que se produjo un 27 de enero, fecha que se ha elegido para recordar el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. La Unesco ha preparado guías para evitar el negacionismo, la desinformación y la desmemoria de uno de los más vergonzosos proyectos del mundo. Las ocho décadas son oportunas para que la sensibilidad y la conciencia universales renueven el estudio de la maquinaria de odio contra el pueblo judío que los nazis movieron en la medida en que planeaban apoderarse de Europa.

La sola palabra Shoá remueve mis recuerdos hasta el punto de identificar el primer momento en que me asomé a las fauces de la barbarie: una película en blanco y negro que mucho después supe que se llamaba Los kapos (1959), donde una adolescente sobrevive a sus padres en un campo de concentración, al negar su condición judía y ganarse el encargo de presa que vigila a otros presos (lo que significaba la palabra). Desde entonces leí muchos testimonios de sobrevivientes y fui haciendo un mosaico de voces –de prensa, estudios y películas– que han sonado siempre en mi memoria.

Conocer el horror histórico es un imperativo pedagógico –por eso las guías de qué hacer con el tema en los colegios– y ético tras la civilizada meta de que no se repita jamás. Fui profesora que manejó en sus clases El diario de Ana Frank, Si esto es un hombre, del italiano Primo Levi, y la película La lista de Schindler. Sé que hoy, esta terrible historia en versión gráfica se llama Maus, el único cómic que ha ganado un Pulitzer, es materia más visual para los estudiantes. Esos títulos y muchísimos más son herramientas serias y estéticas para estudiar ese oscuro capítulo de la historia del siglo XX. Ecuador tiene una figura admirable que aportar a este gran cuadro, con la figura del cónsul Manuel Antonio Muñoz Borrero que, ejerciendo su cargo en Estocolmo, otorgó visados falsos a judíos que pudieron escapar con esos documentos, tal como lo muestra el novelista de nuestro país Óscar Vela en su novela Ahora que cae la niebla.

Manuel Antonio Muñoz Borrero, el Schindler ecuatoriano

Cuando los errores de una izquierda rígida y autoritaria, que se enquista en el poder porque se cree la única dueña de la verdad, ha causado la expansión de una ultraderecha que podría llegar a los extremos del nacionalsocialismo, ese partido que decidió eliminar a sus propios ciudadanos cuando no pensaban como él, que asesinó a los discapacitados porque avergonzaban la perfección de la raza aria, es el momento de analizar –y con urgencia– si el mundo merece la réplica de ideas y procederes absolutistas.

Pese a que la democracia es un ideal susceptible de manipulación, más que nada cuando las sociedades están plagadas de necesidades, seguimos creyendo que es el mejor de los sistemas de gobierno. Hitler llegó a primer mandatario por elecciones, como tantos que una vez en el poder tuercen leyes y rumbos para quedarse y aplicar sus teorías, eso sí, siempre arrasando la voluntad colectiva y creando aparatos de dominio –entiéndase Venezuela y Nicaragua con el fraude, Cuba con su mentirosa liberación–. Pero también el más salvaje capitalismo tiene formas de atropellar y destruir. Ningún Holocausto más, por favor. (O)