Las necesidades de planificación urbana de dos ciudades porteñas importantes en América del Sur, Guayaquil y Buenos Aires, son incomprendidas por la mayoría de sus habitantes –empezando por sus políticos–. Los efectos del cambio climático, como las olas de calor extremo o un fenómeno de El Niño cada vez más frecuente e intenso, son interpretados como noticias cíclicas esperadas contra las cuales se puede hacer poco. Por eso, los llamados a cambiar la visión del progreso medido por el metro cuadrado construido caen en oídos sordos.

He estado estos días en Buenos Aires, Argentina, donde en la actitud de las personas se siente que todavía están recuperándose de la ola de calor infernal que les azotó hasta el pasado 16 de marzo. Este mes hubo días en que la temperatura mínima llegó a 28 grados centígrados, y la temperatura máxima a 40. Los árboles que adornan ciertas veredas y parques continúan estoicos, floridos; no parece que este año ha dejado de llover. Pero la ciudad sabe cuántos ancianos, adultos y niños han sufrido por un calor que inunda las calles y las viviendas y escuelas en zonas sin el privilegio del aire acondicionado permanente.

En Guayaquil, los habitantes también han padecido un marzo de clima extremo. Solo el jueves 9 marzo llovió 50 % de lo que comúnmente llueve en todo el mes, y el aguaje de la noche del 21 de marzo inundó partes de la ciudad. Aún no comienza el año escolar, por lo que todavía hay que esperar los anuncios de un inicio de clases pospuesto en los colegios públicos debido a las fuertes lluvias, junto con alertas de un incremento de casos de dengue.

Como dice un colega, una mísera brizna de hierba enfría más que su equivalente en pavimento, vereda o bloque, pero en Ecuador y Argentina muchos ignoran intencionalmente que las ciudades se deben reorganizar e invertir para el aumento de su cobertura de vegetación, elemento indispensable para disminuir la temperatura en las ciudades. Asimismo, las edificaciones se deberían diseñar para promover una climatización natural, es decir, sin el uso de aire acondicionado, pues no hay suficiente energía eléctrica en ninguno de los dos países para enfriarlo todo artificialmente. Y el calor extremo tiene efectos negativos en la salud humana.

Los gobiernos locales, que dependen del apoyo de las élites económicas y están sobrecargados de problemas, seguramente encuentran imposible exigir cambios básicos en la industria de la construcción de urbanizaciones lujosas y multifamiliares populares. Pero las llamadas islas de calor, donde las temperaturas son las más altas de una ciudad, se están convirtiendo progresivamente en la norma en Buenos Aires y Guayaquil. Para enfrentar esta realidad, las autoridades respectivas deben aplicar normas existentes o ajustar otras, haciendo mejor uso del ingenio político que les llevó al cargo.

Tengo esperanza en quienes tienen un mínimo de ambición por trascender en lugar de asirse a la levedad de la política tradicional, incluso en perjuicio de su propia descendencia, que de lo contrario sufrirá por una escasez de energía eléctrica que no hará diferencia entre ricos y pobres. (O)