Nunca en la historia el río Tomebamba ha estado tan seco como ahora. Mirar su cauce profundo, pedregoso y sin agua es una experiencia devastadora que nos conmueve hasta el desaliento, la angustia y la rebeldía.

Es la constatación del inicio del fin de los tiempos que caracterizaron a esta preciosa comarca, atravesada por aguas rutilantes que fluían por cauces llenos de vida. Hoy, la musicalidad de los torrentes ha sido reemplazada por el inconmovible silencio de las rocas. Las lluvias volverán en algún momento, con certeza, pero ya nada será como antes, porque hemos visto y sentido la aridez de lo inorgánico en donde antes bullía la vida, cantando.

Debemos dejar que la impresión de espanto que nos invade, cale profundamente en nuestros espíritus para que la acción indispensable se convierta en imperativa. Debemos cambiar nuestra forma de vida para proteger a la madre tierra, porque si no lo hacemos, vamos a perder la esencia misma de nuestra identidad y a precipitarnos en la destrucción.

Es necesario que iniciemos un proceso permanente de ponderación de lo que es más importante. En ese camino de reflexión y diálogo entre todos, el cuidado del agua como elemento vital se debe imponer para que la actividad humana e industrial que genera riqueza y al mismo tiempo arrasa con el entorno y arroja mortales desechos, se detenga o mejore drásticamente sus procesos, por el bien de todos. Debemos continuar luchando para que nuestra voluntad colectiva, expresada democráticamente, se respete y no permitamos que las fuentes del querido Tomebamba y de los otros ríos sean contaminadas, mortalmente, por la maldad de quienes no entienden nada y viven deslumbrados por el oro y sus precarios y focalizados beneficios.

La falsa estética de la belleza de construcciones o negocios en el Cajas, origen natural de nuestros ríos y la dominante racionalidad de rentabilidad, debe ser reemplazada por la exigente ética del cuidado de la naturaleza, que no requiere –en este caso– de radicales cambios normativos sino, fundamentalmente, de la aplicación estricta de la ley.

Debemos dejar atrás el mal uso del agua de los –hasta ahora– pródigos ríos para actividades particulares que los contaminan con aceites, químicos, detergentes, escombros y basura. Debemos ser más sensibles e inteligentes ambientalmente en nuestras vidas personales y familiares. Debemos cambiar radicalmente. Tanto que si lo hacemos seremos otros, diferentes, evolucionados. Temerosos del fin. Cuidadosos del detalle. Sostenibles.

Esta propuesta de cambio cultural que parece tan lejano es en realidad el impostergable camino frente a las nuevas circunstancias ambientales causadas, sobre todo, por los grandes contaminadores planetarios que provocan sequías cada vez más largas que transforman nuestras añoradas formas de vida anteriores. En el pasado teníamos toda el agua que necesitábamos y la desperdiciábamos ignominiosamente. En el pasado, las lluvias mantenían la feracidad de los campos y garantizaban la vida vegetal y animal. Hoy el polvo predomina y la tierra inerme y seca, sedienta, es el nuevo escenario en el cual la vida lucha contra la extinción. (O)