Mi hija Caro ha escrito un texto en la búsqueda que ha emprendido para encontrar respuestas en tiempos absurdos. The last child to be picked up from school (‘El último niño en ser recogido de la escuela’) ha titulado a su escrito. Lo leo y mi memoria empieza a girar hacia los años 90. Concretamente al día en que la dejé en el Colegio Americano para asistir a la fiesta de carnaval que terminaría a las doce de la noche. Volví de dejarla, me acomodé calientita a ver una película hasta que el Ewok respondió algún ladrido distante y me desperté de golpe, ¡a las 3!
Aterrada, me enrumbé hacia Carcelén. No sé si era mi pie o mi corazón aterrado el que aplastó el acelerador a fondo. El carro volaba por la Panamericana norte. Llegué y la encontré sola y tan aterrada como yo. A partir de esa fiesta, el despertador pasó a ser más importante que Santi.
El texto de Caro habla de la sensación de vacío en el estómago que sienten los niños que fueron recogidos al último. Del miedo a que las personas en quienes más confían se hubiesen olvidado de ellos.
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Lo traduzco: “Cuando me convertí en mamá me propuse llegar a tiempo a recoger a mi hijo y le enseñé a esperar, a saber que yo siempre estaría allí, incluso si llegaba tarde. Que podía confiar en que nunca rompería mi promesa de cuidarlo.
Hoy, después de dejar a mi hijo en la escuela, escuché las noticias sobre los entrenamientos que las escuelas están brindando en ciertas comunidades a padres e hijos migrantes sobre “lo que pasaría si” les toca enfrentar una redada de deportación.
El periodista dijo que el mayor temor de los padres migrantes es enviar a sus hijos a la escuela, ser detenidos en una redada de deportación y no poder recogerlos. No tener la oportunidad de comunicar su situación a nadie. El viejo agujero en mi estómago regresó. Mis miedos más profundos de la infancia y la paternidad chocaron, se desbloquearon y lloré.
Las noticias continuaron con ideas para prepararse, para tener un plan en caso de ser detenidos y no poder recoger a sus hijos de la escuela. Los padres hablaron y explicaron que era mejor evitar la situación por completo. Su plan es quedarse en casa como familia y no enviar a los niños a la escuela. La situación se volvió aún más desalentadora. No puedo evitar sentir ansiedad solo de pensar en estos niños que serán sacados del sistema escolar o se despertarán cada día preguntándose si sus padres regresarán. Pienso que no tendrán el apoyo de su comunidad escolar para lidiar con esto, y no puedo evitar sentirme abrumada. Lloro porque me faltan palabras para expresar mis sentimientos. Lloro porque me siento incapaz de ofrecer una solución. Lloro porque me siento impotente ante esta situación. Temo que estos niños crezcan con una sensación de miedo que eventualmente se transformará en ira. Y temo que puedan ser enemigos de la comunidad a la que ya no sienten pertenencia porque fueron removidos de ella. Pienso en los gobernantes: ¿cómo se sienten acerca de su propio comportamiento?, ¿cómo duermen por la noche?”.
Yo también busco respuestas y me pregunto: ¿qué atractivo tienen los autoritarios e indolentes para los votantes del mundo? (O)