Esta semana se conmemora el natalicio de Adam Smith, quien nació el 5 de junio de 1723 en Kirkcaldy, Escocia. Si bien es conocido como el fundador de la ciencia económica moderna, se desempeñó como profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow y su primer libro, menos conocido que el posterior Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, trató sobre algo distinto a la economía: La teoría de los sentimientos morales.

Años atrás tuve la fortuna de visitar Edimburgo teniendo ya conocimiento de Smith y su amistad con el filósofo David Hume, gracias al fabuloso libro de Dennis C. Rasmussen (The Infidel and The Professor), donde relata una de las amistades más productivas en la historia reciente. La tumba de Adam Smith se encuentra en el cementerio de la Iglesia Canongate de Edimburgo, a diez minutos caminando de donde se encuentra la tumba de Hume. Mi sorpresa al intentar realizar este peculiar tour fue que los locales que consulté no tenían conocimiento de la ubicación de las tumbas. En la Universidad Glasgow, donde el profesor Smith dio cátedra, el edificio de 1967 que llevaba su nombre era una estructura desmejorada de estilo industrial. Desde ese entonces, la Universidad aprobó la construcción de un nuevo edificio para su Escuela de Negocios Adam Smith, que debe estar por inaugurarse.

Recién en 2008, el Adam Smith Institute de Edimburgo desveló el principal monumento al filósofo y economista escocés en la ciudad donde trabajó y vivió. La estatua se encuentra en la Royal Mile, delante del mercado antiguo, mirando hacia donde vivía en Canongate y hacia el puerto y el mar.

La tumba de Adam Smith se encuentra en el cementerio de la Iglesia Canongate de Edimburgo.

A pesar de que muchos citan la teoría de la mano invisible, ya sea para derribar o respaldar algún argumento en alguna discusión actual, pocos se han detenido a entender la contraparte de esta idea. Adam Smith apreciaba al ser humano tal y como era, no buscaba rehacerlo. Partía de la suposición humilde de que sabemos muy poco para imponer nuestra voluntad sobre otro:

“El hombre doctrinario (…) se da ínfulas de muy sabio y está casi siempre tan fascinado con la supuesta belleza de su proyecto político ideal que no soporta la más mínima desviación de ninguna parte del mismo (…). Se imagina que puede organizar a los diferentes miembros de una gran sociedad con la misma desenvoltura con que dispone las piezas en un tablero de ajedrez. No percibe que las piezas del ajedrez carecen de ningún otro principio motriz salvo el que les imprime la mano, y que en el vasto tablero de la sociedad humana, cada pieza posee un principio motriz propio, totalmente independiente del que la legislación arbitrariamente elija imponerle”.

Smith reconocía al interés individual como un motor para la acción en La riqueza de las naciones, mientras que en la Teoría de los sentimientos morales destacaba en la primera línea lo siguiente: “Por muy egoísta que se suponga que es el hombre, es evidente que hay en su naturaleza algunos principios, que le hacen interesarse por la fortuna de los demás, y hacerle necesaria su felicidad, aunque nada derive de ella si no es el placer de verla”. Esta no es una contradicción, sino más bien un reconocimiento de la complejidad de las personas, somos egoístas y a la vez sentimos simpatía por otros. (O)