Este artículo debía abordar el estallido de la olla de presión colombiana, que estuvo taponada durante décadas por la combinación entre la violencia política, que devino delincuencial, y la política oligárquica que jugaba a ser un diálogo de caballeros, según la ironía de un autor norteamericano. Un ingrediente básico de ese caldo tóxico es el uribismo, que desde hace más de veinte años mantiene su receta de la bala como solución para los problemas sociales y políticos, incluyendo su rechazo al acuerdo de paz. Apostaron por la guerra y ahí la tienen.

Pero nuestras urgencias obligan a mirar fronteras adentro y tratar de entender el retorno al pasado que escenificaron los futuros asambleístas antes de posesionarse, y lo están concretando en el momento de escribir este artículo (cuando está instalada la Asamblea, pero aún no se eligen las autoridades). Retorno al pasado, porque la alianza con el correísmo se parece a muchas que se hicieron en los tiempos que estos últimos, con mucha ignorancia, denominan la época de la partidocracia. Viene al recuerdo el pacto de la regalada gana, que se les fue por la culata a los mismos socialcristianos y que tiene a los correístas como dignos y adecuados sustitutos de los bucaramistas de ese entonces.

Repetidamente se ha dicho que, en aras del encuentro nacional, no se debe excluir al correísmo. La justificación es que no se puede dejar afuera a quienes representan a casi la mitad de los electores. Pero esa reducción al criterio aritmético olvida que, por un lado, la ética impide llegar a acuerdos con una organización que está dirigida por una cúpula sancionada por la justicia; y, por otro lado, que el precio a pagar será la impunidad de sus integrantes. Se argumenta que constitucional y legalmente no es posible otorgar amnistía o indulto, pero es una ingenuidad pensar que lo van a plantear en esos términos. Ya han dejado ver que el camino será sinuoso y pasará por comisiones de la verdad y maniobras de esa naturaleza.

Mayor parecido tiene esta alianza con la que se formó durante el Gobierno de Jamil Mahuad y que fue nefasta para el Gobierno y para el país. Con el fin de mantenerla, en aras de la famosa gobernabilidad, el expresidente debió apoyar medidas perjudiciales como el impuesto del 1% a las transacciones bancarias en reemplazo al impuesto a la renta. En el libro Así dolarizamos al Ecuador (páginas 289-295), el expresidente recuerda que debió aceptar esa propuesta —hecha por Jaime Nebot como jefe de la bancada del PSC— porque era la única opción para mantener la mayoría. Como quedó en evidencia de inmediato, ese impuesto, sumado a las leyes que beneficiaron a los bancos quebrados, fue una de las causas de la agudización de la crisis que desembocó en el feriado bancario. Este, a su vez, fue un desencadenante del golpe de Estado. No lo dice el expresidente, pero es obvio que desde la alianza recibía fuego. Fuego amigo.

En este momento, antes de que se concrete la votación, CREO y el Gobierno despejaron el primer riesgo al no avalar el pacto con el correísmo. Queda la incógnita sobre el otro pacto, el que trae fuego disparado desde un lado o desde atrás. (O)