La mayoría de nosotros hemos presenciado o sido objeto de algún tipo de agresión, pero la violencia extrema actual nos remece porque desgarra la matriz de un Estado de derecho democrático.

El sociólogo Máximo Ponce, en un convivium con los psicoanalistas Beatriz García y Juan de Althaus en la UCG, sostuvo que ya no es posible pensar al Ecuador como isla de paz. Enfrentados al crimen organizado, capitales ilícitos, evasión de impuestos, tráfico y producción de drogas, somos hoy casi un narco Estado, como lo anticipara Pancho Huerta.

Francisco Huerta: No lo puedo probar, pero los hechos están demostrando que aquí el narcotráfico penetró con bendición oficial

Expertos concluyen que desde 2018 el índice anual de criminalidad es mayor a la media regional con 10 a 40 muertos por 100 mil habitantes; hay 14 santuarios donde no ingresa la fuerza pública. Según EL UNIVERSO, van 1.385 crímenes en la Zona 8 en 2022; un alza del 373 % en incautación de drogas entre 2017-2022; y se paga hasta 80 mil dólares para evadir controles portuarios.

Pero ¿es la violencia solo asunto del narcotráfico? A diario atestiguamos intercambios violentos entre representantes de los poderes estatales y observamos, impotentes, los insultos entre asambleístas. La esencia del parlamento derrumbada sin mediación, ¿y sin remedio?

De Althaus opinó en el conversatorio que “la palabra es lo opuesto a la violencia”, pues el uso de la violencia anula la palabra y lo que irrumpe es el acto, intenso. Vinculó la agresividad al estadio del espejo cuando el bebé no se reconoce e imagina que hay otro ocupando su lugar. De ahí la oportuna intervención de un tercero que le reafirme que es él y pueda concebirse, simbólicamente, como un todo no fragmentado, aun cuando en ese proceso queden restos de agresividad.

Las víctimas silenciosas de la violencia social

Lo que emerge con fuerza –añadió De Althaus– es el goce de los objetos de consumo, las adicciones. De ahí derivan femicidios, maltratos, abusos; las personas como objetos de goce. No hay mediación de la palabra y se pasa al acto violento: “la satisfacción más grande de un ser humano, la más desbordada es matar a otro” (J.A. Miller).

S. Freud advertía en El malestar en la cultura que el ser humano ni es manso ni solo se defiende si lo atacan; más bien, su dotación pulsional apunta al prójimo como tentación para satisfacer su agresión. Las pasiones son más fuertes que el interés racional y la ley no alcanza a las exteriorizaciones más cautelosas y refinadas de la agresión humana.

¿Y qué decir sobre la violencia posmoderna trasladada a cada sujeto, desde afuera, a los zombis del rendimiento? Como escribe B.C. Han en Topología de la Violencia: “la dimensión simbólica del poder se ocupa de que el dominio se ejerza también sin violencia”.

Más allá de crear políticas públicas, vigilar entidades corruptas o mantener la presencia de agentes del orden, debemos apoyar a las personas violentadas para que inventen, bien lo señaló B. García, arreglos de vida en medio de las violencias de la ciudad. Ella mostró un hermoso tejido, bordado por mujeres con los restos de ropa que sus hijas vestían al ser asesinadas. Este “costurero abierto para coser el país hecho pedazos”, arropa hoy la fachada del Palacio de Justicia de Colombia. Y yo pensé: tenemos tanto que aprender… (O)