Cuando impera el horror nos invaden las preguntas. Buscar el sentido a determinadas prácticas cuando el daño ya está hecho parecería inútil. En esto medito mientras examino las infancias. Resulta paradójico, porque por lo general asociamos el mundo infantil con imágenes positivas y de extrema esperanza. Sin embargo, la realidad asoma y exige detenernos en los reiterados casos de menores de edad víctimas de maltrato. A pesar de tener leyes que protejan la niñez, sabemos que falta mucho para proporcionarle un entorno que garantice integridad, amor y cuidados.

La primera vez que me familiaricé con la condición inerme de las infancias fue por medio de la ficción. Recuerdo la película Mommie dearest (Mamita querida), que recrea la vida conflictiva de la estrella hollywoodense Joan Crawford y la difícil relación con su hija adoptiva, Cristina. No preciso cuántos años habré tenido, pero sé que las escenas de violencia hacia la hija me causaron un gran impacto. Acciones de la madre protagonista cortando el cabello a su hija como medida de castigo o el plano detalle del armador de ropa amenazante (herramienta tan doméstica), usado de instrumento de tortura, son difíciles de olvidar. Varios son los signos que se emplean para generar temor y respeto a la autoridad. Sé que luego, en un tono cómplice y humorístico, me apropié de la frase “sí, mamita querida” para responder a mi mamá cada vez que me decía algo. Claro, y sin entender el trasfondo de su uso. En cuestiones de educación hacia los hijos, cada uno exhibe una filosofía de vida y una serie de normas que implican principios educadores.

No sé si la frase “niño malcriado encuentra padre y madre donde quiera” todavía sigue vigente, y ahora que la menciono, me detengo en el significado de cada una de las palabras. ¿Un llamado a la acción de corregir el mal comportamiento? ¿Qué clase de amonestaciones esconde un refrán que parece inofensivo? Padre y madre ejercen correctivos y manejan la labor de la crianza. Actualmente se cuenta con ideas más innovadoras sobre métodos educativos, tal es el caso de la corriente llamada disciplina positiva. Seguramente hay familias que creen en los métodos “infalibles” de los castigos físicos y presumen: “látigo es lo que te hace falta” o “el mejor psicólogo es la chancleta”. No es difícil imaginarse escenarios donde los hijos son las víctimas de padres maltratadores. Cuántas frustraciones personales se desahogan sobre los más débiles.

Pienso en los casos ecuatorianos. Con cuánta indignación observamos en septiembre el caso de los niños torturados en Naranjal por el padre y madrastra del menor de seis años y su hermana de ocho. La cadena de abusos a la que sometieron a las criaturas comprueba una vez más que la crueldad humana no tiene límites y que siempre se ensancha con los más desprotegidos. Ni qué hablar de los padres que “alquilan” a sus hijos como mercancías de la mendicidad. Las festividades actuales incrementan las escenas de manos pequeñas extendidas a la espera de una moneda en esquinas y semáforos de la ciudad. Es difícil confrontar la realidad, pero cuán necesario es desbaratar el mito de las infancias felices. (O)