No hay revista de corazón, magazín o meme consejero que prescinda de la recomendación a reír. Muchos tuiteros apuntan al efecto humorístico de sus gansadas, sin estar seguros de conseguirlo. Es que todo lo que tiene que ver con la expansión de la risa tiene buena prensa, por eso vale recordar que hubo tiempos en que se discutiera si acaso Jesucristo habría reído —los admiradores de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, levantarán sus antenas— porque los Evangelios no recogieron ese dato.

La gran novela que tanto disfrutamos desde su aparición, allá por 1980, y que viniera para detener los extremos de la experimentación de la narrativa europea con el peso demoledor de un buen argumento en que pasen muchas cosas y quepan prestigiosas ideas, gira, precisamente, en torno de la comedia, género sobre el cual trató el filósofo Aristóteles y cuya meditación se perdiera en el camino. Tenemos la Poética pero no la Comedia. Es tan sustanciosa la primera reflexión que la segunda no tendría por qué serlo menos.

Lo cierto es que la comedia —desde los tiempos clásicos— campea, de preferencia, por las artes narrativas, las que cuentan historias con cualquier clase de lenguaje, las que se empeñan en crítica de conductas y de grupos a base de caricaturizar, hiperbolizar, torcer rumbos en esos quiebres que se llaman sátira o mofa o ludibrio, como diría el poeta Olmedo. Burlándose de la gente con defectos físicos o debilidades morales se dirige el dardo hacia algún problema de fondo. Gustar de las comedias y sus derivados parece natural, porque parecería que los receptores mayoritariamente quieren reír.

¿Andaba en esa onda cuando di con la película francesa Normandía al desnudo? Directores y actores de otras latitudes no se retienen tanto como los hollywoodenses, por eso muchas veces no dicen nada y se consume cine con la sensación de rostros conocidos sin identificación precisa. Que sea filme de Phillippe Le Guay y esté protagonizado por Francois Cluzet no fue el imán. Pero que los habitantes de un pequeño pueblo normando en crisis ganadera sean orientados por su alcalde a posar sin ropa ante un fotógrafo de paso especializado en desnudos colectivos y así alcanzar la notoriedad que necesitan para ser atendidos por las autoridades regionales, me pareció una propuesta novedosa.

La opción se presta para el mosaico de pequeñas historias de personajes del grupo, no siempre acabadas, pero orientadas todas a la expectación de si se desprenderán de prejuicios, celos, riñas para alcanzar la gran panorámica de sus humanidades desiguales, que buscan ese punto inefable en el que una máquina consigue la imagen que merezca reconocerse como artística.

Reímos con los campesinos que tienen una pelea de linderos heredada de antiguo, con el carnicero celoso que no transige con el desnudo de su mujer, con la muchacha “entradora” que trastorna un esquema de seducción.

Se trata de una comedia amable, de diálogos ocurridos, dispuesta a abrir la mirada sobre los cuerpos humanos. El humor en mejor cuando es inteligente. (O)