La competencia es positiva en todos los mercados e incluso, cuando no existe, la mera amenaza de que surja sirve para mantener a los proveedores existentes atentos a cuidar y mejorar su desempeño. Para esto es necesario que, en lugar de pisar a unos y subir a otros artificialmente, la regulación estatal se limite a exigir transparencia y proteja la libertad para entrar y salir de un mercado, o para explorar, innovar e inventar. Usualmente, la gente favorece la competencia en muchos ámbitos, como, por ejemplo, la competencia feroz entre cadenas de supermercados y de farmacias, o entre las bebidas gaseosas o las marcas de ropa. Pero cuando se trata de la banca, en nombre de proteger al consumidor de servicios financieros, se terminan erigiendo barreras infranqueables a la competencia. Cuando hablamos de integrar el sistema financiero ecuatoriano al resto del mundo, nos referimos precisamente a eliminar esas barreras a la competencia extranjera en el sector bancario.

Nos referimos básicamente al modelo panameño: una economía dolarizada con el sistema financiero internacionalizado. Panamá tenía en 2023 una cartera de depósitos equivalente a 126 % de su PIB, mientras que Ecuador llegaba a tan solo 39 % del PIB. Esta mayor captación de depósitos deriva en que Panamá tenga una cartera de créditos equivalente a 109 % de su PIB; Ecuador, solo 35 %. Por eso es que tener la dolarización sin integración financiera es como tener un Ferrari y no acelerarlo. Tampoco estamos logrando aprovechar la mayor apertura comercial que hemos logrado desde 2016.

Pocos saben que una de las economías que más ha crecido durante las últimas décadas en América Latina es Panamá, llegando a ser en 2023 el país hispanoamericano con ingreso más alto, con un ingreso de $ 39.803 (dólares internacionales PPA). Este es el resultado de una economía libre de riesgo cambiario (dolarizada) sumada a un sistema tributario territorial y la apertura comercial y financiera. Ecuador registró el mismo año un ingreso de $ 16.602.

Tampoco es que Ecuador sea un mercado naturalmente poco atractivo. El país puede ser un centro financiero internacional desde el cual se originen operaciones hacia el resto del mundo, como sucede en los casos de Panamá y Singapur. Además, el mercado local es tierra virgen en muchos aspectos: solo un 30 % de los ecuatorianos accede a financiamiento bancario formal (tarjetas de crédito o préstamos) y todavía hay un 20 % de ellos que no tiene cuenta bancaria. En el punto de partida, al ser las tasas de interés más altas en Ecuador que en Panamá, este mercado luce como una oportunidad para los bancos extranjeros de obtener mayores ganancias. Si nos abrimos a la competencia extranjera, se podría dar una situación de suma positiva: los bancos extranjeros podrían redirigir sus captaciones de ahorros hacia el mercado ecuatoriano en busca de mayores retornos, al mismo tiempo que les ofrecen tasas de interés más bajas que el promedio local a los clientes ecuatorianos.

Entonces, ustedes se preguntarán por qué no vienen. Pero eso es materia de otro artículo. Hoy solo quería demostrarles las grandes diferencias entre una economía dolarizada con un sistema financiero abierto al mundo y otra con uno cerrado. (O)