Hace dos años relataba aquí el horror de octubre 2019 y me preguntaba si la violencia nefasta de aquellos días habría sido utilizada de forma instrumental, ideológica o políticamente. En 2020, en Los guayaquileños, rendía tributo a J. J. de Olmedo y a la gallarda identidad que hemos heredado. Hoy, entristecida, observo a esta indomable ciudad volverse extranjera de sí misma: violencia, narcotráfico, delincuencia… Decido entonar, emocionada, el Himno al 9 de octubre y celebrar 201 años de Independencia con un brindis al coraje de nuestros mayores.

Y es que a guayaco que se respeta, el espíritu cívico debe recorrerle sus venas; más aún en tiempos de afectos políticos escurridizos, desteñidos y revueltos. Porque si la Colorada es buen dato, Alvarito es un campeón. Y si Don Guille enciende candela; el Bigotón, el carbón. Y ¡ahí los quiero ver!

Nacida en esta tierra de las bellas palmeras, de cristalinos ríos, de paisaje ideal, la gente guayaca es pilosa y locuaz. Se saca la madre camellando o se la saca a otro si le hacen una sapada. Emprendedor por ADN, el guayaco le pone asunto a una idea y ¡hagámosle! Si anda en joda, le reza al Cristo del Consuelo para que le acolite el billuzo y ¡vaya ahí!, se le hace el milagrito. ¡Belleza!, aunque lo tachen de aniñado y quizá de pelucón.

El buen guayaco es bacán y siempre se arrejunta para cantarse la plena. Guapachoso y sobrado, camina apurado, pechito erguido, viendo por los costados si aparece un bravucón o algún cargosito que lo mire raro. Basta un oe’ loco, cuál es tu nota, para armar la-de-san-quintín y chúzole, ¡habla como varón! retumba hasta la Gobernación. Un ¡aguanta, ñaño! calma la vaina y a otra cosa, mariposa.

Cuando a la gente guayaca le gusta un pelado/a, le lanza los perros y ¡vea eso!, amarre del bueno y chau panas, para mí solito, aunque le reclamen “no seas turro, déjate algo”. De ahí toca conocer a ‘los viejos’, aunque tenga churrete y el terno le quede culingo. Si le hacen la del venado, se va de chupe, busca un par de lagarteros, canta traicionera, se triquea un rato y luego, a meterle ñeque a la vida misma.

A la gente guayaca le gusta el guitarreo, escuchar al Viejo Napo y bailar con mucho son. Las parejas se van de vacile, paseando, apretaditas, por el lindo Malecón. Los padres, desenfadados, se divierten en familia, abrazados a ‘los bebes’, sin importar que tengan 20 años y la amargura sin nombre de dejar de ser niño y empezar a ser hombre, como Medardo Ángel. A veces se arma la bronca y epa, el párame el carro alerta el carajazo, la chancleta cobra vida y sansecabó. ¡Va porque va!

Indago con Alejo, mi hijo millennial, cuál dicho guayaco le merece un like. “Pero no me rayes, advierte. Y cita: “El arrecho nunca muere y si muere, muere arrecho”. Sonrío y reviso un texto de J. de Villamil destacando el rol de Guayaquil en la independencia sudamericana “empujada por sólo nueve hombres, sin más recursos que su valor, sin más estímulo que su amor a la independencia”. Y pienso que es hora de encender los corazones con los memorables versos de V.M. Rendón: ¡Yérguete, Guayaquil noble y valiente, luce tus galas de triunfales días! (O)