Desde que el Ecuador empezó en los años setenta la exportación de petróleo, (en escala de gran significación, pues desde la península de Santa Elena fue muy poco) se generó en el país la idea de que eso era una bonanza que necesariamente nos llevaría a la riqueza y al bienestar.

El petróleo, lejos de llevarnos a eso, se montó sobre la mentalidad facilista, rentista y de búsqueda de privilegios que existe lamentablemente en nuestra sociedad, para producir el más grande despilfarro que alguien pueda imaginar.

Dentro de los múltiples pecados, está primero en la categoría de sacrilegio el subsidio a los combustibles que hoy supera en forma acumulada desde los años setenta los 80.000 millones de dólares al valor actual del dólar. Siguen los otros subsidios, el proveer dólares baratos en muchas épocas de tipo de cambio fijo para favorecer a industrias sin valor agregado, aumentar la burocracia y el gasto público ineficiente y mil pecados más.

Pero con esa lección del pasado, hoy todavía no aprendemos, y creemos que este incremento de hoy del precio del petróleo ha hecho al Estado millonario.

¿Cuánto le queda neto al presupuesto por cada dólar de aumento del precio del petróleo por encima del pecio con el cual se elaboró la proforma que es 59,2 dólares por barril? Apenas un neto de 48 millones de dólares por año. Si el precio promedio llega a ser 90 dólares (hasta marzo ha sido $ 87), esto daría un aumento de ingresos de 30,8x40=1.478,4 millones. Pero las roturas del oleoducto y, consecuentemente, la falta de exportaciones que se dieron en los primeros meses del año han generado ya pérdidas de 350 millones que no se pueden recuperar. Por lo tanto, el neto sería de apenas unos 1.100 millones de dólares, alrededor de un punto del PIB, y esto si es que, siendo Rusia y Ucrania grandes productores de derivados, sus ausencias del mercado mundial por bloqueo o invasión, no hagan que, como ha estado sucediendo, los derivados suban proporcionalmente más que el crudo, con lo cual el subsidio aumenta todavía más y esos 1.100 millones todavía se puedan reducir.

El futuro del Ecuador no radica en buscar ese sueño ridículo de ser millonarios a través del petróleo. Claro que hay que aumentar la producción, que por supuesto es beneficioso para el país. Pero lo que más necesitamos es promover otras actividades, como la minería, que tiene un potencial mucho mayor que el del petróleo y que es boicoteada constantemente por sectores que no entienden que la gran minería puede ser perfectamente amigable con el ambiente. Hay que promover los grandes cambios en materia laboral, en materia de tasas de interés y su estructura. Hay que insistir en la gran reforma a la seguridad social, en acuerdos de libre comercio, en grandes reformas en la simplificación de la asfixia regulatoria, todo aquello que tanto hemos mencionado en el pasado. Sin eso no hay lotería petrolera que nos saque del pozo. Baste recordar que las dos más grandes de la historia, la de la dictadura de los años setenta y la del 2006 al 2017, precisamente fueron despilfarradas con el mismo esquema económico centralista, estatista, antiapertura y antilibertad económica.

Paremos ya la quimera del alto precio del petróleo como el rey Midas del Ecuador. Miremos la realidad de las cifras, y entendamos el porqué los países que tienen los más altos puestos en el índice de desarrollo humano (IDH) están donde están. Este índice no mide solo PIB per cápita. Ese es uno de sus elementos, pero mide también esperanza de vida, nivel de escolaridad, deserción, cobertura médica, distribución del ingreso. Dos países que consistentemente han sido 1 y 2 del mundo en el IDH, Noruega y Australia, son exportadores de combustibles minerales fósiles, y exportan menos que Kwait, los Emiratos Arabes Unidos, Arabia Saudita, o que Rusia. ¿Por qué estos últimos países petroleros están tan lejos de los dos primeros en el IDH? Simple: Porque Noruega y Australia hacen las cosas bien, los otros no las han hecho bien.

Ojalá que no suceda lo de siempre, que es poner las esperanzas en que el petróleo nos vuelva ricos, y que de una vez por todas entendamos el círculo virtuoso de producir con eficiencia y alta productividad, para ahorrar, luego invertir, con esa inversión producir más y siempre, eficientemente, ahorrar más y volver a invertir de tal suerte que la sociedad, capitalizada, con espíritu de trabajo y superación, sea cada vez más rica y podamos salir así de la pobreza. Y una vez entendido eso, ojalá que también comprendamos que necesitamos hacerlo por muchas décadas, y que no va a ser nunca algo milagroso o algo que nos caiga del cielo. De trabajar y esforzarse para ser ricos no nos va a librar nadie, ni el petróleo, ni la minería. De tener correctas políticas económicas y alejarnos del populismo tampoco nos librarán, si queremos realmente llamarnos un país del primer mundo. (O)