Probablemente el gran poeta argentino usó esta insólita expresión para referirse a los enfrentamientos violentos entre grupos de gente, por la creencia en la “fraternidad humana”, partiendo del supuesto de que todos los animales racionales que poblamos el planeta somos hermanos. Entonces, toda guerra es un pecado entre hermanos, un incesto, término que viene de in castus, algo “no limpio” en alto grado. Pudo el gran escritor decir con precisión “la fratricida guerra”, pero acudió a la distinguida metáfora que connota lo antinatural de acudir a la fuerza para solucionar diferencias. Ahora sabemos que estas ideas tienen un alto contenido de verdad, la ciencia moderna ha establecido que todos los Hommo sapiens tuvimos, por lo menos, una abuela común.

En malas manos

Por tanto, ¿debemos ser pacifistas? Por cierto, pero este concepto hay que matizarlo. Somos seres libres que podemos optar entre el bien y el mal. Existe la posibilidad de utilizar la fuerza, es decir, la violencia y en máxima instancia la guerra, para hacer daño a otro. Pero no estamos inermes ante las agresiones, tenemos el derecho a la defensa mediante el uso legítimo de la fuerza. Hasta aquí todo claro y simple. El problema surge cuando debemos establecer las condiciones y características de esa defensa, que ha de ser oportuna, eficaz y suficiente. Tiene que ejercerse en el momento adecuado para detener el ataque, con los medios apropiados para vencer al agresor y con la contundencia necesaria para evitar un nuevo intento, por lo menos en lo inmediato. Si no reúne estas características no existe ese derecho.

Enunciadas tales características son obvias, pero la discusión se complica cuando enfrentamos casos concretos. Veamos la cuestión del momento. La población civil de Israel fue atacada de la manera más insana en octubre de 2023; fueron asesinados niños, violadas mujeres, profanados cadáveres y secuestradas personas. Si no se logra detener la irrogación del daño cabe intentar la reparación del perjuicio. Y de eso se ocuparon las Fuerzas de Defensa de Israel, las FDI. Lo consiguieron en escasa medida, en buena parte, porque los terroristas han usado a la población gazatí como escudo humano, lo que ha ocasionado extremo sufrimiento. Todos los palestinos muertos y perjudicados son víctimas no de las FDI, sino de la organización terrorista Hamás, que sin duda calculó la magnitud del desastre que iba a desatar.

Normas ambientales de la UE y su efecto en la región

El propósito expresamente declarado de Hamás no es la libertad de los palestinos, sino la destrucción de Israel. La misma causa motivó a la teocracia fanática y asesina de Irán a atacar al Estado judío en abril de 2024. La respuesta hebrea que recién se materializó este mes no es una venganza, sino que busca prevenir nuevos bombardeos de los persas, destruyendo su arsenal ofensivo. Y lo más importante, es el intento de impedir que los ayotalás alucinados por la intolerancia procuren armas atómicas, convirtiéndose en una amenaza para toda la humanidad. Las posibles víctimas colaterales de este conflicto en ambos bandos han de ser imputadas a los agresores. Sí, la guerra es incestuosa, pero es éticamente obligatoria para un Estado cuando se trata de defender a su población. (O)