El Gobierno ha producido una elevación del precio del diésel de cierta importancia, una pequeña elevación de las gasolinas y ha procedido al congelamiento del precio de todos ellos.

El impacto en la economía no es saludable, pues un subsidio, que ha sido pernicioso para el país, que ha significado en dinero acumulado a precios de hoy un valor mayor al de toda la deuda pública del Ecuador, se seguirá manteniendo, menguado sí, pero se mantendrá todavía.

El Gobierno ha jugado una carta política en busca de gobernabilidad. Esto se tendrá que ver en las próximas semanas. Si como resultado de esta medida y sin entrar en conflictos que alteran la estabilidad del país se llegaran a pasar las leyes que el Ejecutivo ha propuesto a la Asamblea, la medida entonces habrá demostrado, dentro de esa balanza tan delicada de las realidades económicas frente a las realidades políticas, que tuvo sentido y lógica. Empero, si las leyes no son aprobadas, si un espacio de gobernabilidad y estabilidad no se genera, el Gobierno tendría entonces el peor de los dos mundos: el problema económico generado por el hueco fiscal que genera la suspensión de la elevación programada anteriormente hasta llegar al precio internacional, y la falta de gobernabilidad, coexistiendo y cohabitando en el país como una verdadera pesadilla.

Para el análisis se presenta la imagen hoy de un gobierno que busca conciliar. Pero ya, a menos de 24 horas de esta decisión, la reacción de los grupos radicales no se ha dejado esperar. El FUT, la Conaie, y otros, siguen llamando a la resistencia, a la movilización, y ponen fechas.

El gran drama que vivimos es que hay sectores que sencillamente por su ADN subversivo, desestabilizador, no tienen interés en nada que no sea el caos. En su convencimiento de que en las contradicciones del sistema capitalista está la semilla para la revolución y el cambio del modelo, radicalizados aún más por el discurso mariateguista, y por los trucos y mañas del socialismo del siglo XXI, esos sectores no parecen aceptar nada, absolutamente nada que no sea tener el 100 % de lo que proponen, que es casi siempre absolutamente irracional.

Ante esto, la apuesta del Gobierno es audaz, y solo podemos esperar que produzca los resultados esperados en el frente político.

El Ecuador de hoy muestra que no ha avanzado nada en materia de entender las realidades económicas y las recetas verdaderas para salir de la pobreza, avanzar y ser una sociedad equitativa, más justa, más solidaria. Esa receta no son los subsidios, no son las intervenciones del Estado, no son el gasto público y el Estado empresario. Y eso, con más radicalismo todavía, es lo que proponen sectores que deben ser parte de los acuerdos políticos que el país necesita.

El Gobierno ha hecho un esfuerzo en contra de su ADN. Si la respuesta política es el rechazo, y si no hay como contrapartida gobernabilidad, se habrán llenado todos los requisitos, todas las condiciones para sencillamente poner en manos del pueblo ecuatoriano el destino futuro del país, y no en manos de dirigentes políticos, gremiales, o cualquier otro grupo de presión. Las cartas están jugadas. (O)