La prensa internacional reporta que Latinoamérica una vez más se tiñe de rojo. Pareciera que la región no aprendió nada de la ola de populismo anterior. Pero hay una diferencia importante. Mientras que la camada de líderes populistas que llegaron al poder a principios de los 2000 tenían a su favor los vientos de cola de una economía mundial pujante con crédito barato y precios de las materias primas al alza, hoy llegan con vientos y marea en contra. La realidad económica suele tener un sano efecto moderador sobre los experimentos utópicos.

Veamos, cuando Hugo Chávez (1999), Néstor Kirchner (2003), Lula da Silva (2003), Evo Morales (2006), Daniel Ortega (2007) y Rafael Correa (2007) llegaron al poder lo hicieron montados sobre el auge de los precios de las materias primas.

Si bien los líderes que no respetan los límites a su poder siempre constituyen un peligro para las democracias liberales, lo son mucho menos cuando encuentran las arcas vacías y no tienen acceso a crédito barato.

Cuando la economía andaba bien, los líderes populistas se atribuyeron el crédito de una supuesta proeza en la política económica. Y muchos se lo creyeron. En la década posterior a 2005 fue ubicuo en la prensa internacional leer loas al supuesto “capitalismo de Estado” y a la vieja política industrial refiriéndose como ejemplos de esto a Brasil y/o China. Cuando la economía anduvo mal, estos líderes dijeron ser víctimas de las condiciones externas fuera de su control.

Lo que sucedió en esa marea roja con estrellas alineadas a su favor fue que se refundaron naciones con bandera, escudo nacional y constituciones nuevas. Los presidentes anteriormente mencionados llegaron a controlar prácticamente todas las ramas del Estado, salvo las excepciones de Argentina y Brasil, donde sus poderes judiciales resistieron el embate.

La parte enferma de la democracia

Lo que tenemos hoy es una pálida sombra de eso, el contexto internacional adverso ha reducido significativamente su capacidad de hacer daño. AMLO en México no ha podido hacer ni la sombra de lo que se proponía con su llamada “Cuarta Transformación”, y desde 2021 no tiene mayoría en el Congreso. Pedro Castillo en el Perú tampoco la tiene y allí tumban y encarcelan con facilidad a los presidentes. Petro, si bien tiene mayoría en el Congreso, se le dificultará implementar su política energética radical considerando la escasez de crédito y la demanda de combustibles fósiles a nivel mundial. Lula llega a la Presidencia con apenas 1,8 puntos por encima de Bolsonaro y una imagen todavía muy teñida del escándalo de corrupción Lava Jato. El gobierno de Boric en Chile vio truncado sus sueños de refundar ese país con un sólido rechazo al proyecto de Constitución.

El ajuste en los principales bancos centrales del mundo para controlar la inflación podría surtir un saludable efecto moderador por sobre esta nueva ola roja en América Latina. Si bien los líderes que no respetan los límites a su poder siempre constituyen un peligro para las democracias liberales, lo son mucho menos cuando encuentran las arcas vacías y no tienen acceso a crédito barato. Quizás los latinoamericanos podrían llegar a asociar esta vez al socialismo con las épocas de vacas flacas y eso no estaría nada mal.

Las utopías socialistas venden bien siempre, hasta que se agota el dinero de otros. El sinceramiento económico a nivel mundial expone todavía más el absurdo de sus políticas, cuyo enemigo no es el capitalismo sino la realidad. Los tiempos duros reducen la tolerancia de aventuras. (O)