Resulta interesante apreciar el alto índice de aprobación popular con el que cuenta Guillermo Lasso en los primeros meses de su gestión, lo que le ha permitido convertirse en el gobernante con mayor aceptación desde el retorno a la democracia; en la práctica, hay la tesis arraigada de que todo mandatario goza usualmente de un periodo inicial, en el cual su popularidad y liderazgo están en su punto más alto. Hay analistas que inclusive mencionan que los primeros 100 días de un gobierno son decisivos para el resto de su mandato; en la práctica, no necesariamente funciona así.

Hay ejemplos de gobernantes que luego de notable aceptación en sus primeros 100 días, ven decaer su popularidad de forma vertiginosa, sin atinar a comprender qué es lo que está realmente ocurriendo, por lo que resulta obvio que no es posible sostener que la alta aceptación inicial de un régimen se mantendrá de forma inexorable. Ciertamente, las medidas tomadas por un presidente van a fortalecer o debilitar su imagen, lo cual no es ninguna novedad en el campo de análisis político; en el caso del Ecuador y de acuerdo con datos históricos, virtualmente todos los presidentes iniciaron su ejercicio en el poder con niveles de aprobación superior al 50 %, con excepción de los gobernantes de la década de los años ochenta. Ahora bien, no cabe duda de que en el caso específico del actual presidente, el manifiesto éxito de su Plan de Vacunación 9/100 con su objetivo de vacunar a nueve millones de ecuatorianos en 100 días, ha permitido que la ciudadanía consolide su confianza ante el eficaz cumplimiento de una promesa de campaña, lo que debería obligarnos a reflexionar hace cuánto tiempo un ofrecimiento de un gobernante no llegaba a consolidarse de forma tan estratégica y funcional.

Hay que también comprender que el plan de vacunación, que de paso era una obligación de cualquier gobernante, permite que la gente aprecie su cumplimiento de forma directa, inmediata y funcional; en otras palabras, no se trata de un ofrecimiento cuyos beneficios resultan dispersos o lejanos para el pueblo, sino más bien la percepción de un cumplimiento eficaz e inmediato. Naturalmente, lo que vendrá a continuación es otra historia, pues resulta fácil deducir que las otras metas y planes del Gobierno no tendrán esa naturaleza inmediata de beneficio recibido y reconocido. Todo esto tiene una lógica muy clara: el presidente, al cumplir de forma fehaciente con su ofrecimiento inicial de vacunación, está respondiendo a la expectativa ciudadana, aprovechando al máximo la llamada luna de miel de los 100 días, lo que no debería impedir recordar que, dada la sensibilidad política y social que existe en este país y en general en la región, los estados de ánimo del pueblo varíen en ocasiones drásticamente, inclusive más rápido de lo que se pudiese esperar.

¿Resulta imposible que un presidente mantenga su capital político con el paso del tiempo? Obviamente no, de hecho hay ejemplos de gobernantes que tuvieron la habilidad de conservar y consolidar su popularidad a lo largo de su gestión. Lo difícil es lograrlo, sin caer en la tentación del populismo y de la demagogia. (O)