Esta afirmación podría parecer paranoica, exagerada o en el mejor de los casos desfasada por estar conectada a referentes provenientes de imaginaciones fértiles y hasta afiebradas relacionadas con la ciencia ficción pura. Pero no lo es. Por el contrario, la validez de esta tesis puede defenderse porque los elementos reales para hacerlo son abundantes.

Internet es el ejemplo más evidente, pues permite –a modo de primera referencia– mirar la conexión indisoluble del quehacer humano con su creación. Una gran cantidad de actividades individuales y sociales se realizan en la red informática y muchas no pueden hacerse si no es a través de ella. Sin internet, formas culturales contemporáneas simplemente no podrían darse, ni serían. También las redes sociales, formas tecnológicas de comunicación, se convierten para muchos y quizá para todos, en mecanismos casi indispensables de relacionamiento. Por otro lado, están los sistemas informáticos que nos permiten que actuemos como individuos con una personalidad jurídica de derechos y obligaciones, pero siempre y solo dentro de ellos y bajo su lógica de algoritmos. Además, está la infinidad de programas y aplicaciones que forman parte de la vida cotidiana en todo el planeta. La tecnología y el ser humano de manera cada vez más intrincada conforman un todo casi indisoluble, porque la vida se volvió en gran medida tecnológica.

Uno de los más importantes pensadores de la historia, concretamente del siglo XIX, Carlos Marx, en una de sus obras afirmó que la voluntad humana está condicionada por los medios y modos de producción, aseveración que tiene valor siempre, indistintamente del momento histórico del que hablemos. La evolución civilizatoria de los seres humanos genera formas para producir –medios y modos– que dibujan la vida en sociedad. Las creaciones humanas definen la historia y la propia voluntad del hombre se ve determinada por ellas. Los avances científicos y sus aplicaciones tecnológicas, siempre y no solamente ahora, han formado parte del entorno del ser humano y condicionado su devenir.

La contemporaneidad no puede comprenderse sin la alta tecnología. Por eso, algunos piensan que la única posibilidad de que el hombre no sea dominado totalmente por sus propias creaciones tecnológicas, por las máquinas, es la de transformarse a sí mismo, incorporándolas no solamente a su entorno sino a su propio cuerpo a través de implantes cerebrales y orgánicos, para así estar a la altura del vértigo científico y proyectarse a un futuro definido por esa racionalidad, objetiva y material. Ciborgs.

Hoy, la irreversible supremacía tecnológica se evidencia en nuestra cotidianidad a través de la utilización forzosa de códigos, cookies, contraseñas y aplicaciones para todas las actividades. La humanidad avanza siempre y lo hace pese al oscuro e inminente precipicio que se vislumbra y a la dramática transformación de la tradicional naturaleza del ser humano a una diferente en la que el pasado filosófico, religioso y humanista será reemplazado por una nueva, insensible y fría forma producto de la simbiosis del hombre con las máquinas y con la inteligencia artificial. (O)