La extraordinaria y exitosa lucha del presidente Álvaro Uribe Vélez en Colombia hace veinte años devolvió Colombia a los colombianos. Ese hermoso país, con una inmensa mayoría de gente muy buena, creativa, productiva y trabajadora, con una gran clase intelectual, cultural y empresarial, había sido secuestrado por la guerrilla, por el narcotráfico y por el crimen organizado. El país no le pertenecía a esa inmensa mayoría, sino a esa criminal minoría.

Recuerdo mis visitas a Medellín en los años 70. Había que asomarse a la ventana cada diez minutos para ver si el auto en el cual se andaba había sido robado. El proceso llegó a tal punto que no había colombiano sin un pariente secuestrado por la guerrilla, o con propiedades invadidas, o con propiedades a las cuales no podían ir.

Un extraordinario hombre público, de quien aprendí muchísimo, Álvaro Gómez Hurtado, quien terminó asesinado y fue para mí el político más culto y estructurado que conocí en esos tiempos, me dijo en un gentil desayuno en su casa, siendo yo muy joven: “Alberto, el gran problema de Colombia es que usted está almorzando con diez o doce personas en el club más exclusivo de Bogotá, y alguien se levanta de la mesa, y usted ya no puede saber si esa persona está ordenando un embarque o está ordenando que lo secuestren a usted, que está sentado en la misma mesa”.

Es decir, se había perdido ese país. Lo habían tomado estos grupos irregulares, terroristas y criminales.

El éxito del presidente Uribe no solo fue que el país se recuperó, sino que no se eliminó, en la forma en que lo hicieron las dictaduras del Cono Sur, a los militantes de movimientos extremistas. Fueron detenidos mediante la ley y el uso legítimo de la fuerza. Que ciertos abusos puntuales se dieron puede ser, pero no fue la política de Estado el desaparecer gente, el torturar gente.

Ese éxito tiene obviamente un componente de muy buena estrategia militar y policial, una labor clave de la inteligencia y una ejecución acertada de la planificación realizada. Pero por encima de esos elementos, todos importantísimos, el más crucial es la moral de las tropas, es esa sensación de apoyo incondicional del superior hacia el que recibe la orden, comenzando por el mismísimo presidente de la república. Uribe fue un maestro en esto.

Eso lo vivimos en la guerra del Cenepa, donde nuestras Fuerzas Armadas sintieron el incondicional apoyo de sus líderes políticos y el corazón entero del pueblo ecuatoriano apoyándolas. La sociedad entera se unió a la tarea de la defensa de la patria.

Hace poco, en un video que circuló en las redes sociales de unos asaltantes abatidos por la policía, se oían los vivas de la gente, el apoyo y aplauso del público a la gestión de los efectivos que habían realizado la acción.

No tengo dudas de que el pueblo ecuatoriano aplaude y agradece, apoya incondicionalmente a nuestras FF. AA. y Policía en esta lucha que se ha iniciado.

Pero este proceso recién comienza, y la clave del éxito va a ser aquello que no se ve, que no se escribe, que no se “ordena”; aquello que el soldado y el policía sienten solo si es real: el incondicional apoyo de todos sus superiores y del poder político, que no es solamente el Ejecutivo, sino el poder nacional, de todas las funciones del Estado.

Eso todavía no se siente, no se percibe, y ya se oyen voces criticando tal o cual elemento de un reglamento o de un decreto, o tal o cual acción.

Si ya se tomó la decisión de enfrentar con todo el peso de la ley y las armas a quienes amenazan la existencia misma de esta sociedad, el que no se sienta ese apoyo incondicional de toda la sociedad a esos uniformados que nos tienen que salvar sería el más peligroso de los mundos en el cual podríamos transitar; pues, si por este hecho no se logra el éxito, todos esos grupos se revestirán de una aureola de indestructibilidad y de invencibilidad, con lo cual saldrán fortalecidos, y no destruidos, amenazando muchísimo más la supervivencia de la nación ecuatoriana.

Es la hora de que todas las funciones del Estado y los mandos militares y policiales les hagan sentir a esos que se juegan la vida por protegernos el apoyo irrestricto, para que cumplan el objetivo de rescatarnos en esta hora tan crítica del Ecuador. (O)