En su momento fueron tanquetas rodeando lo que era la Corte Suprema de Justicia, en la antigua denominación. Ese era el territorio en disputa. El ejecutivo quería controlarlo y el legislativo quería repartirlo. El uno decía que no era correcto y el otro que sí era lo correcto y el conflicto se dio. En otro momento fue el episodio de los manteles, donde en forma vergonzosa e impúdica se destituyó a varios asambleístas, para que el ejecutivo se tomara en parlamento y comenzara entonces la década más nefasta en cuanto a destrucción de la institucionalidad y la esperanza en el Ecuador. Pero hemos visto también que La Corte Suprema fue destituida por un presidente de la república. Que La asamblea se ha reunido en sótanos de otros edificios para destituir presidentes, que las cortes movidas por los políticos y por las ambiciones de ciertos jueces, han dado golpes de estado y han destruido la institucionalidad con juicios nulos.

Se han visto también episodios insólitos de violencia en la Asamblea, y “cambios de camiseta” vergonzosos, que buscan única y exclusivamente el interés personal de quienes los han hecho, mucho más que el interés del país.

También hemos oído frases célebres: “Soy el jefe de todas las funciones del estado”, “Ningún juez puede darle la razón a alguien que litigue contra el estado”, “La justicia es relativa”, y tantas otras que podríamos llenar páginas con ellas.

Lo cierto es que el Ecuador “desinstitucionalizado” ha visto una y otra vez, las peleas de quienes en la arena política, se toman espacios, prescindiendo totalmente del gran objetivo que se llama país, buscando más bien el objetivo de tener un territorio feudal, del cual se sienten dueños y por lo tanto con la capacidad de exigir privilegios por esa posesión. Se hace entonces de la función política un intercambio de dádivas: Te entrego esto, que mi feudo puede dar, a cambio de otra cosa que tu feudo puede dar. ¿Y el gran interés nacional? Bueno, eso puede esperar.

Hoy ese espacio es la CPCCS, el cual está atravesando una crisis tan similar a la que han atravesado otras instituciones del estado, cuando por la falta de institucionalidad, y por la esencia de la praxis política ecuatoriana, las instituciones quedan absolutamente subordinadas al pugilato primitivo y primario más elemental, para el logro de los privilegios feudales que he mencionado.

Estas peleas, que para el ciudadano común casi no importan, que significan para la gran mayoría una mancha más al tigre en la cadena de hechos que van haciendo perder al ciudadano la fe en la democracia y en la cuestión pública, han ido minando las bases de la democracia ecuatoriana, y han afianzado la percepción de que el país es poco viable, y que son los intereses políticos circunstanciales los que están muy por encima de un gran proyecto nacional.

El Ecuador muestra una especial descomposición en su institucionalidad. El número de demandas en la corte interamericana de derechos humanos por los horrores de la justicia es el mayor del continente en relación a la población del país. Los litigios de arbitraje son absurdamente altos en relación al número de contratos de empresas extranjeras, que reclaman la barbarie jurídica a la cual han sido sometidos. Tuvimos una sucesión de 6 gobiernos e 8 años, que terminó en una dictadura disfrazada de democracia que afianzó la falta de institucionalidad. Y esa herencia, continúa perversamente hoy.

Esto es un problema no del gobierno, no de los partidos, no de los medios ni de los gremios. Es un problema de toda la sociedad, y cada día se ve más lejano el momento en el cual ese gran proyecto nacional que trascienda partidos e intereses personales sea adoptado por la sociedad, y que las instituciones, los grandes objetivos del país y el compromiso con el desarrollo y el crecimiento sean adoptados por todos los ecuatorianos.

La arena en la cual se desarrollan los combates por el campeonato del más eficiente señor feudal es irrelevante, lo que cuenta es la actitud. No importa quienes están en conflicto hoy, eso es secundario. Mientras ese convencimiento de que el territorio feudal y los espacios son más importantes que el proyecto que se llama Ecuador, cada vez la desesperanza será mayor en nuestro país. (O)