Ecuador es uno de los tres países en Latinoamérica que mantiene los colegios cerrados. Los costos del cierre superan con creces los riesgos de abrirlos. Esto ya lo sabíamos antes, pero ahora tenemos todavía más datos que lo confirman. A pesar del nuevo auge de casos, el Gobierno debería permitir la reapertura de las escuelas.

El Banco Mundial y Unesco señalan que alrededor de 368 millones de niños reciben algún tipo de alimentación en los colegios, de manera que su cierre impacta la nutrición de los alumnos de ingresos más bajos. Adicionalmente, cada día fuera del colegio se incrementa la probabilidad de que los niños no retornen a las aulas y pierden años de escolaridad, con consecuencias de largo plazo sobre la productividad y el ingreso de toda una generación.

Los cierres impactan desproporcionadamente a las instituciones privadas, que juegan un papel importante en el sistema educativo de las naciones en vías de desarrollo. Por ejemplo, en India antes de la pandemia casi la mitad de los niños asistían a escuelas particulares. La situación es similar en Latinoamérica, aunque varía significativamente según el país y la ciudad. Investigadores del Banco Mundial señalan que “en Haití el porcentaje es enorme, un 85% de las escuelas son privadas, en Bogotá el 72%, en Guayaquil este porcentaje llega al 52%, en la Ciudad de Buenos Aires el 50%, y en Guatemala 8 de cada 10 estudiantes de secundaria están matriculados en una institución privada”.

El perjuicio de las instituciones privadas deriva en una crisis todavía mayor para la educación pública. Los padres, al no poder pagar pensiones o porque cerró su institución particular, intentan registrar a sus hijos en el sistema público, que antes de la pandemia ya no tenía suficientes cupos.

Muchos padres prefieren mantener a sus hijos en casa, ya sea porque tienen una tolerancia menor de riesgo y pueden proveer en casa el acompañamiento y/o cuidados necesarios para prescindir de la escuela presencial. Otros quisiéramos que vuelvan a clases, ya sea porque no tienen los recursos y el tiempo necesarios para tenerlos en casa o porque consideramos que los costos para su salud mental y su educación superan con creces cualquier riesgo de enviarlos. Esta es una decisión delicada que debe ser tomada por cada familia.

Hoy ya contamos con la experiencia de países alrededor del mundo que han ensayado diversas prácticas de mitigación a la exposición al virus. Se sabe, por ejemplo, que no importan tanto la toma de temperatura y la limpieza profunda, sino más bien los filtros de aire, los espacios con buena aireación y que lo más riesgoso es permitir que muchos estudiantes coman juntos. También hemos aprendido que la mayoría de los contagios se originan en los profesores y no en los estudiantes, y que los contagios que se dan en los colegios están por debajo de aquellos que se dan a nivel comunitario.

Así como algunos han elegido libremente registrar a sus hijos en clases extracurriculares, llevarlos al parque a que jueguen fútbol o al cine, ¿por qué no permitirles que asistan a clases presenciales? Si bien no todos los colegios pueden ofrecer condiciones de bioseguridad mínimas que pueden exigir las autoridades del ramo, hay muchas que sí están listas. Los padres deben elegir por sus hijos. (O)