A la sombra de unos inmensos matapalos me deslumbraron las reflexiones encantadoras, sabias y humildes que surgían del escenario. Allí, junto con Mafalda (ídolo internacional e intergeneracional) se encontraban el escultor argentino que coordinó con Quino su metamorfosis en personaje 3D para que sus millones de fanes la podamos al fin abrazar; nuestra propia gloria nacional en el ámbito de la caricatura, Bonil, y tres brillantes docentes de la Universidad Casa Grande (anfitriona del evento).

Yo que imaginaba ir a Guayaquil a turistear, fotografiarme con iguanas y paisajes fluviales, atracarme de corviche, terminé profundamente conectada no solo con el alma, sino con el pensamiento de la gente a la que tuve el honor de conocer tanto durante el evento de Mafalda como en mi charla literaria en el Centro Cultural Ecuatoriano-Alemán.

Lo de Mafalda era un acto de bienvenida a la escultura de esa petisa rebelde y alegre, solidaria y pacifista que ya engalana 16 lugares del mundo (ojalá determinara también su devenir político) y ahora, gracias a EL UNIVERSO, ha llegado a Guayaquil. Abrió el acto Carlos Pérez narrando cómo se le ocurrió la idea de invitar a Mafalda a nuestro país y la hizo realidad iniciando el contacto con el escultor Pablo Irrgang por Instagram. Nos recordó que Mafalda ya había tenido un primer hogar en Ecuador sobre el piano de Bernard Fougères en los 70 y en la sección de caricaturas de Diario EL UNIVERSO. Así que ahora, naturalmente, ha llegado, para quedarse, a los bajos de EL UNIVERSO en el centro de Guayaquil.

¿Qué nos puede enseñar hoy esta hija de la Guerra Fría, de la clase media argentina, del progresismo de los años 60 y 70? Tanto, es tanto lo que nos ha enseñado y nos seguirá enseñando: a hacer preguntas incómodas y buscar respuestas que incluyan el bienestar de todos. A valorar una educación que fomente voces críticas. A ver el humor como forma de resistencia. A ser hombres tiernos como Felipe y su padre y mujeres aguerridas como Mafalda y Libertad. A tener un grupo de amigos diverso que incluya retrógradas como Susanita y codiciosos como Manolito con quienes entre cocachos sigamos coexistiendo y buscando acuerdos. Los amigos de Mafalda son un espejo de la sociedad: Libertad, la revolucionaria culta e insolente a quien le cuesta hallar un punto medio y conciliador; en el otro extremo la Susanita del statu quo, quien sueña con un futuro de madre elegante en galas con manjares para recaudar fondos para las “porquerías” que comen los pobres; Manolito, obsesionado con el dinero, mientras que Felipe, el soñador, con su alma de artista es el más cercano a Mafalda, el corazón del grupo que baila los Beatles, se enamora de la primavera, critica el rol de ama de casa de su madre, está celosa de su hermanito bebé y es con todos cariñosa pero implacable a la hora de defender la justicia social y atacar a la sopa. Consecuentemente humana y humanista, sus valores resultan atemporales, el carisma de su personalidad atraviesa fronteras y generaciones. Mafalda es la abanderada del pensamiento social latinoamericano, mi maestra y amiga a quien encomiendo proteger e inspirar a su nuevo hogar. (O)