Quisiera que mi primera columna del año sea una alegre y optimista. Empezar el 2025 con un mensaje banal y seguro, un “cliché” que hable de buenos deseos, nuevos capítulos, metas, prosperidad y éxitos. Que las alrededor de 500 palabras que hoy escribo para ustedes generen un espíritu positivo y un buen ánimo. Quisiera hacerlo, pero no puedo.
Y es que este 2025 empieza con cuatro niños secuestrados por militares, golpeados y asesinados.
Empieza con cuatro cadáveres chiquitos, carbonizados y abandonados como basura. Cuatro rostros y cuatro sonrisas convertidas en carbón y cenizas.
Empieza con campañas de desinformación que echan la culpa de un lado hacia el otro, incluyendo hacia las propias víctimas, en un intento tan torpe como indolente de lavar manos ensangrentadas, o peor aún, de transformar estos cuatro cuerpecitos calcinados en fichas de un ajedrez político.
¿Qué palabras son apropiadas para un momento como este?
Confieso que no lo sé.
Y es que no encuentro palabras que valgan la pena ser pronunciadas frente a un horror como este. Quisiera mantenerme en silencio. Pero guardar silencio en estas circunstancias no sería más que guardar un silencio cómplice. Así que empiezo mi primera columna del año 2025 extendiendo mis sinceras condolencias a las familias de Josué, Ismael, Saúl y Steven, entendiendo que ninguna palabra mía o la de cualquier otro podrá jamás reducir ni un ápice del dolor que sufren estas tres familias. Luego, levantar mi voz en firme condena en contra de los autores, cómplices y encubridores de este crimen sin nombre, exhortando a que las autoridades no descansen hasta que la verdad sea esclarecida completamente y los culpables sean castigados.
Hay todavía demasiados interrogantes, demasiadas inconsistencias y contradicciones detrás de este asesinato. Cuatro niños fueron desaparecidos por militares para luego aparecer calcinados en una zanja. El Ecuador no puede permitir que un delito así quede en la impunidad y en el olvido, como tantos otros que se cometen en este país.
Y finalmente, invitar a que toda la sociedad ecuatoriana se mire al espejo y empiece el año realizando un mea culpa. Y es que el infierno ecuatoriano en el que vivimos hoy y que se llevó la vida de Josué, Ismael, Saúl y Steven es el resultado de años de fracasos por parte tanto del Estado como de la sociedad civil en resolver los acuciantes problemas estructurales de nuestro país.
La corrupción de nuestras autoridades, la pobreza de nuestros ciudadanos, la indolencia de nuestras élites, el racismo, el clasicismo y el quemeimportismo de nuestra ciudadanía en general han contribuido, en poco o en mucho, a crear el país en el que vivimos hoy.
Solo una revolución moral, cuando todos los ecuatorianos despertemos con el firme propósito de cambiar las cosas, podrá salvarnos del abismo en el que nos hundimos cada día más. Que esta revolución sea nuestro propósito del 2025. (O)