La semana pasada compartimos temas coyunturales del mundo (COVID, inflación, China). Veamos otras vertientes.

Clara es la preocupación por la desigualdad. Se dirá que es incomprensible porque hoy (casi) todos vivimos mejor que hace 100 años (es cierto en términos monetarios, pero sobre todo de accesibilidad a bienes que mejoran y amplían el entorno, como cocinas, baños o celulares). Pero hay otros aspectos que considerar. Uno, sin duda hay más desigualdad monetaria porque los grandes negocios se han globalizado, ¿acaso es extraño que los dueños de Apple sean mucho más ricos que cientos de millones de sus usuarios de iPhone? …pero no olvidar que esos clientes viven mejor (educación, información, diversión) gracias a esos “aparatos”. Dos, parte del aumento de la riqueza se debe a subidas excesivas de las acciones en las bolsas de valores, generadas porque los bancos centrales (empujados por grupos de izquierda) han impreso cantidades inmensamente excesivas de dinero. Tres, la gente no juzga su situación personal solo porque ha mejorado, sino cuánto ha mejorado o desmejorado frente a otros, y ahí siente frustración… percibe que muchos utilizan caminos sinuosos: narcoeconomía, corrupción, evasión de impuestos, manipulación de mercados o contactos políticos demasiado amistosos.

Las comunicaciones han alterado muchos aspectos de la vida, en particular nos permiten agruparnos más fácilmente, intercambiar opiniones, informarnos. Esto es bueno porque la gente se deja más difícilmente manipular por mensajes políticos (enseguida sabemos si el anuncio de tal programa supuestamente exitoso es o no real) o empresariales (muy rápidamente sabemos si tal o cual producto sufre desperfectos)… pero malo por similar razón: somos más manipulables, cualquier mensaje puede llevarnos a salir a las calles, a sumarnos a la euforia colectiva, con o sin sustento (recordar a Ortega y Gasset y La rebelión de las masas). Y si esa mayor cercanía no genera resultados, hay más frustración.

Somos una sociedad de mayor comunicación, pero es grave pretender que lo somos de mayor conocimiento. Partiendo de datos (impulsos que recibimos), se construye primero la información, cuyo procesamiento, análisis y evaluación nos lleva al conocimiento. Proceso de baja intensidad en el mundo moderno. Con pocos datos pretendemos llegar ya a “saber”, por eso tanta gente sin estudios médicos opina sobre la validez de las vacunas (“porque ha leído u oído…”), o sin saber de economía supone entender procesos complejos (y más grave aún, llegan al poder como en Argentina o Venezuela).

Finalmente, mucho se pretende que caminamos (al menos en sociedades y estratos más avanzados) hacia la sociedad de la abundancia y no de la escasez (supuesto paradigma del pasado). Error: en realidad tenemos cada vez más bienes y servicios, más data sobre lo que hacemos, pero seguimos viviendo la escasez (y quizás más): ya sea de tiempo para procesarlos, de biología para disfrutarlos (ejemplo, hay tantas novedades culinarias, pero no las podemos degustar todas) o tantos otros limitantes.

… Y detrás de todo, un tema esencial: los propios seres humanos que, más allá de avances tecnológicos, seguimos siendo primates de las cavernas con los correspondientes defectos y cualidades. (O)