En el escenario de la política ecuatoriana uno de sus protagonistas pronunció esta frase para calificar a algunos de sus colegas asambleístas, atribuyéndoles esa lamentable característica, probablemente cierta no solamente para los anatemizados sino también para la gran mayoría de ecuatorianos.

En la acción de pensar confluyen una serie de elementos de toda índole: empíricos, producto de la experiencia; teóricos, que son el resultado de procesos de descripción objetiva de las circunstancias; doctrinarios, que representan el pensamiento de intelectuales respecto a cómo debería ser la vida; filosóficos y religiosos, que parten de la aceptación de supuestos que sustentan su desarrollo argumentativo. Así, cada uno de nosotros y todos los seres humanos al pensar utilizamos recursos provenientes de la vivencia cotidiana, además elementos producto del estudio científico, otros que son el resultado de la lectura de doctrinas; y, también reflexiones metafísicas, aparte de una infinidad de factores que se encuentran en los campos de la biología y de lo socio-emocional, individual y colectivamente.

Para la elaboración de las normas que regulan la convivencia, se precisa de elevadas condiciones intelectuales y humanas. La experiencia es importante y sin duda un insumo insoslayable cuando se trata de entender la realidad y proponer formas de comportamientos que se autoricen, prohíban o exijan, pero no es suficiente, porque se requiere ilustración teórica, doctrinal y filosófica. Si se carece de un adecuado equilibrio entre estos elementos, la emisión de criterios es parcial porque la totalidad es asumida desde insuficientes particularidades. Quizá, en la vida privada de cada individuo, si se trata de búsqueda y construcción del bien común, sea suficiente la bondad aplicada. Mas, en política y en otros escenarios organizados, se requiere también de elementos adicionales… sobre todo en la gestión de la cosa pública.

Por eso, es un insulto-anatema calificar a ciertos asambleístas como personas que no saben leer ni escribir, porque los reduce a la exclusiva experiencia, que es absolutamente insuficiente para regular lo público. Sí tendría razón quien profirió la dura calificación y, analizamos el escenario social ecuatoriano en el cual la experiencia se vive, podemos describirlo como el ámbito que refleja el deterioro cívico de la nación que se evidencia en una cotidianidad marcada por la corrupción en todos los espacios: público, privado y personal.

Si los políticos aludidos no conocen teoría porque no han leído nada científico, tampoco doctrina pues sus referentes, cuando los hay, son frases repetidas casi solo fonéticamente, porque no conocen el pensamiento citado ni a quien planteó el concepto, como por ejemplo… “el hombre es el lobo del hombre” y, menos aún se han aproximado a la complejidad histórica y cultural de las ideas filosóficas y religiosas, sus criterios –los de esos políticos– sobre la vida provendrían exclusivamente de la experiencia y si esta aparece definida por la precariedad cívica y moral, el resultado es lapidario… ¡una importante función del Estado estaría en las peores manos! (O)