Los seres humanos se distinguen de casi todas las demás criaturas por una característica física: el pulgar oponible. Gracias a la tensión que creamos al juntar el pulgar y los otros dedos, podemos hacer cosas maravillosas: escribir, enhebrar una aguja, guiar un catéter a través de una arteria. Sin esta característica no hubiéramos evolucionado. De la misma manera hemos nacido con mentes oponibles que nos dan la posibilidad de manejar constructivamente dos ideas conflictivas o en tensión.

Sin embargo, esta característica ha sido poco aprovechada, el estilo de pensamiento predominante para entender el mundo y resolver las diferencias ha sido agruparlo en pares opuestos y aplicar la lógica de suma cero que consiste en escoger una u otra alternativa que le den solución al problema dejando de lado otras posibilidades. Es así que en la decisión final que se toma, la inclusión de una opción “se equilibra” con la exclusión de la otra; solo hay dos opciones posibles: el blanco y el negro. Este estilo de pensamiento no ha resuelto los conflictos, los ha agravado.

Estamos viviendo un momento de altísima complejidad caracterizado por diferentes aspiraciones y necesidades de distintas generaciones y grupos sociales, por visiones encontradas sobre competitividad y el desarrollo, creencias arraigadas sobre los unos y los otros, paradigmas acerca del rol que debería tener el mercado y el Estado y sobre la participación de la empresa privada en solución de los problemas sociales, enfoques que priorizan el corto por encima del largo plazo o viceversa, etc. Igual sucede en distintos ámbitos y organizaciones como lo son las familias, las empresas, las fundaciones, entre otras.

Se vuelve imprescindible evolucionar hacia ideas nuevas y superiores. Roger Martin, decano de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto, encontró en sus investigaciones que los verdaderos líderes y las organizaciones exitosas han mostrado que siempre es posible romper el círculo vicioso de las disyuntivas cuando se acude a lo que denominó un Pensamiento Integrador. Algunas de sus ideas principales son: tener la voluntad para liberarse de posiciones rígidas e ir más allá de las propias opiniones; energizarse al encontrar un propósito o causa común; abrir la comprensión a los hechos y la información más allá de las percepciones; valorar lo mejor de los distintos supuestos que generan las disyuntivas; y, acudir al ingenio y la creatividad para encontrar una solución innovadora ganar-ganar.

El pensamiento integrador no implica renunciar a los valores propios, menos imponerlos; implica eso sí concentrarnos en los problemas reales y sus causas, quitando la bruma ocasionada por las emociones negativas, las posiciones arraigadas y los egos desmedidos; que desvían la atención hacia cosas insustanciales.

Este nuevo estilo de pensamiento lo venimos aplicando con éxito desde hace algunos años en la formulación de estrategias ganadoras para proyectos empresariales, ha posibilitado converger en la diversidad y encontrar soluciones disruptivas con alto impacto. Es momento de elevarlo a la discusión y solución de los grandes problemas nacionales ¿Tendremos la voluntad de aplicarlo? ¿Será posible? (O)