Uno de los más grandes pensadores del Derecho, Francesco Carnelutti, decía en Las miserias del proceso penal, que “Bajo un cierto aspecto se puede también asemejar la penitenciaría al camposanto; pero se olvida que el condenado es un sepultado vivo”. Decía también: “Yo, mientras me he dedicado a tratar con los denominados hombres de bien, me he considerado un hombre de bien; y no he dado un paso hacia la cima. Ha sido el conocimiento de los bribones el que me ha hecho conocer que no soy en absoluto mejor que ellos y que estos no son en absoluto peores que yo; y era lo que se necesitaba, para un hombre como yo, más bien inclinado al orgullo si no propiamente a la soberbia. Quiero decir que también yo he estado por mucho tiempo en las gradas del circo mirando de arriba abajo a los gladiadores como si no fueran mis hermanos. Si los que están ahí en medio arriesgando la vida, fuesen nuestros hermanos, ¿no es cierto que se correría hacia ellos para dividirlos y para salvarlos?”.

Esta larga cita la hago para representar la urgencia de que la sociedad se involucre en la solución de la gravísima tragedia carcelaria. El problema no lo arregla una gran infraestructura, pues está probado que los filtros son escandalosamente burlados; no lo arregla la “capacitación”, pues hay un “gran capacitador de color verde” que arregla muchas cosas en ese mundo; no lo soluciona una gran alimentación. La urgencia que dará resultados de fondo, junto con los esfuerzos gubernamentales, es la que involucre a especialistas, voluntarios, profesionales o no, entes no gubernamentales, etcétera. En las emergencias por Decreto, a nivel carcelario, no cree nadie. ¡Cuántas veces se han declarado y estamos cada vez peor! El fracaso de la administración carcelaria, el descontrol interno, ya definido correctamente por la actual Corte Constitucional, llevará a que el Estado sea condenado a indemnizar a los familiares de las víctimas fallecidas por las reiteradas masacres. Las rivalidades entre bandas es un asunto relativamente reciente. El desastre tiene mucho más tiempo. No cabe culpar a este gobierno.

Está claro que el incremento de penas no es solución: los femicidios, las violaciones sexuales, la corrupción, aumentan a pesar de las duras penas. En varios casos bullados si el juez no dicta prisión, parte de la prensa le cae encima. Esto también es un problema.

Me parece que, por lo pronto, el gobierno debiera con urgencia identificar los casos patéticos de anciano/as que no representan ningún peligro para la sociedad, e indultarlos. Vejez pobre es un problema, pero encima con cárcel es una tragedia. La tutela a la vulnerabilidad debe tener manifestaciones prácticas. El profesor Iván Vaca, catedrático por 50 años, es un caso patético.

Para remate, los repartidores de comida en moto, en algunos casos, son “premiados” por llegar más rápido a su destino, en el más claro estímulo a los accidentes de tránsito y a la generación de más tragedias carcelarias. (O)