El Ecuador vive momentos difíciles y la abogacía también. La crisis que enfrenta el sistema de justicia tiene muchas causas. Una de ellas es la educación a nivel colegial y de universidad. Otra, el endiosamiento de los lujos. Una más: el culto a los antivalores; la concepción equivocada del éxito. Esta mezcla de razones ha generado un “producto” cloacal: la corrupción.

¿Por qué las personas deciden corromperse? Puede ser la prontitud con que pueden acariciar lo que siempre quisieron: el carro lujoso, el Rolex, la motocicleta cara para exhibirla en redes sociales, etc. Otra razón posible: dar la apariencia de personas exitosas, que han logrado lo que otros (sus compañeros de colegio o de universidad, tal vez) no han conseguido. Otra explicación posible y muy sencilla: el ansia de ser ricos. Algunas universidades, en abstracto, tienen su parte de culpa: la competencia las lleva a dar facilidades. Mirar al estudiante como un cliente y no como el futuro de la sociedad tiene un alto precio: el universitario puede creer que las puertas del mundo se le van a abrir siempre. Nada más equivocado.

Justicia: una explicación al caos

¿Quiénes serán la Justicia?

En lo judicial, el Consejo de la Judicatura ha devenido en una institución lamentablemente fallida. Debe recuperarse. En Francia es una institución sólida. En Ecuador frecuentemente un instrumento. Ya hasta el declarado error judicial inexcusable, es decir, el error bárbaro, injustificable, ha perdido peso. A esto se agrega que el ejercicio de la abogacía se ha tornado singularmente difícil: si usted litiga contra una persona que puede tener “llegada” con el juzgador de la causa, el panorama no es bueno. Si su rival en el litigio tiene “llegada” con algún asesor corrompido y acomedido de un juez de alto nivel, el panorama tampoco es bueno. Si su rival en el litigio tiene sus medios puede contratar a un constitucionalista de bolsillo. Estas cosas hay que decirlas con claridad y frontalidad. Hay que aportar a la solución de los problemas que corroen el sistema de justicia.

Lo trascendente como sociedad es no quedarse en la queja, es abonar al reencauzamiento hacia el bien y el progreso. La educación en valores a nivel escolar, colegial, universitario y familiar se impone.

El sobredimensionamiento de las comodidades y de los lujos debe ser rechazado. No debemos aparentar lo que no somos, ni fingir que tenemos lo que no tenemos. Merecemos ser apreciados por lo que verdaderamente somos, con nuestras flaquezas y fortalezas. A nuestros hijos debemos inculcarles la trascendencia de los valores, no de los lujos. Los lujos mal habidos son perversos. La actual cultura de exhibicionismo que nos inunda se debe en parte a las redes sociales. Los que tenemos la oportunidad de hacer opinión debemos reconocer lo que merece reconocimiento y condenar lo que amerita condena. Y claro está, no ser cepillos de nadie.

Finalmente, creo que ha llegado el momento de hacer de las Cortes de Justicia el epicentro de la decencia y de la sabiduría. Hay que alejar la política de la Justicia y acercar la Justicia al pueblo. Es lo que merece la sociedad y el país. ¿No le parece? (O)