Saskia Sassen tenía razón. A nivel mundial, las ciudades se vuelven más relevantes; y los gobiernos nacionales, más obsoletos. En palabras de Robert Muggah, “[las ciudades] son el antídoto perfecto al nacionalismo reaccionario”. Un ejemplo perfecto de esto lo hemos visto en los Estados Unidos. Cuando los gobiernos de Bush Jr. y Trump retrocedieron en sus políticas ambientales, fueron los gobiernos estatales y municipales quienes incrementaron las regulaciones ambientales, logrando una mejor implementación en esa y otras áreas.

Según Muggah, quienes viven en las ciudades –así lo hagan en las peores condiciones– tienen muchas más probabilidades de recibir una mejor educación, un mejor sistema de salud y mayores probabilidades de prosperar económicamente. Son las ciudades las que impulsan el desarrollo de nuevas infraestructuras de integración y conectividad. Dichas inversiones triplican el monto que los países invierten en defensa militar; y cada año, la inversión en carreteras, conexiones de fibra óptica, redes eléctricas y alternativas de energía renovable crece exponencialmente. Parag Khanna define estos tiempos como “conectografía”, la conectividad sobre la geografía. En esta era son las ciudades las que se mueven de manera mucho más ágil que los gobiernos nacionales, cada vez más lentos en reacción y anticuados en sus propuestas.

Las ciudades están creciendo y fusionándose con sus vecinas, convirtiéndose en megarregiones urbanas. Esos son los verdaderos motores del planeta. Este crecimiento no conoce fronteras nacionales. Un gran ejemplo es la masa urbana que va desde Los Ángeles hasta Tijuana. Tijuana y San Diego comparten un aeropuerto internacional, donde los pasajeros deciden hacia cuál de los dos países desean entrar.

Son los tiempos de la reivindicación de la ciudad, algo no visto desde el Renacimiento. El espíritu de las Polis griega resurge en las nuevas ciudades del planeta. Recordemos que la Polis estaba muy lejos de ser una “ciudad-estado”, como la clasificaron los historiadores de la antigüedad. Polis era el gobierno de la ciudad y de las áreas contiguas destinadas a producir de manera equilibrada los alimentos requeridos para la ciudad. La figura del estado –como la concebimos ahora– no asoma en Grecia, hasta la llegada de Filipo II de Macedonia.

En Latinoamérica, las megarregiones urbanas siguen siendo predominantemente unicelulares. Buenos Aires, Lima y Bogotá son ejemplos de ello. La única excepción la hace la mancha urbana única entre Río de Janeiro y Sao Paulo, ya fusionadas entre sí, junto con otras ciudades aledañas.

Daría la impresión de que en el Ecuador el campo juega aún un papel más relevante. Puede ser. Nuestra organización nacional no ha permitido el crecimiento pleno de las ciudades; y algunas organizaciones políticas sostienen sus discursos sobre una visión romántica de lo rural.

Lo expuesto en estas líneas no es un antagonismo entre lo urbano y lo rural. No debemos olvidar que las ciudades son el producto de la prosperidad del campo. Y sin las ciudades, el campo no tendría a quien alimentar. Ambos están unidos en una simbiosis difícil de quebrantar. (O)