Aparecí por primera vez en la sección de opinión de este diario el 11 de julio de 2005, con un artículo titulado “El puente”. En él criticaba la entonces ampliación del Puente de la Unidad Nacional; específicamente me refería al tramo

entre Guayaquil y Samborondón, lo que en esos tiempos se conocía como el puente Carlos Pérez Perasso. Me preocupaba que dicha ampliación resultara insuficiente en menos de diez años… Y así pasó.

Yo era un imberbe de 31 años cuando publiqué ese artículo. Luego colaboré en varias ocasiones para hacer ediciones especiales del suplemento dominical La Revista, cuando querían abordarse temas relacionados con la arquitectura y el urbanismo. Finalmente, entre febrero y abril del 2012, pasé de columnista invitado a columnista quincenal. Fue en este medio, además de en colaboraciones con algunas revistas digitales, que me posicioné como una de las dos voces que permanentemente emiten una opinión sustentada sobre los problemas urbanos que aquejan a nuestras ciudades (la otra persona también se enfoca en asuntos urbanos, cuando no escribe sobre fútbol).

Esta columna, a la cual hoy le digo adiós, me vio evolucionar; pasar de ser un treintañero atolondrado e irreverente de argumentos sólidos, a ser un profesor universitario, especializado en el urbanismo. Aún irreverente y siempre con argumentos sólidos.

También tuve dramáticos cambios como persona mientras escribía en sta columna. Pasé de soltero a casado, me volví padre de familia y hasta terminé una maestría. Estuve junto a mi compañera de vida para ayudarle a vivir, a luchar y a morir. Esta columna me dio la disciplina y la frecuencia para plantearme el desafío de publicar un libro y lograrlo.

Las personas que aún tienen algo que aportarte se quedan cerca, seguramente adoptando nuevos papeles.

No tengo más que gratitud a todas las personas que me abrieron las puertas de este diario. Nila Velázquez, Carlos Ycaza, Liliana Anchundia y Raúl Rennella. También hago llegar mi gratitud a Carlos y César Pérez Barriga; así como a Nicolás Pérez Lapentti.

Si algo me ha enseñado la vida es que las despedidas rara vez son permanentes. Las personas que aún tienen algo que aportarte se quedan cerca, seguramente adoptando nuevos papeles.

Quizás por eso cierro este entrañable capítulo de mi vida evocando We’ll Meet Again, esa vieja canción de Vera Lynn, que muchos soldados británicos cantaban para levantar su optimismo y mantener la esperanza de volver a ver a sus seres queridos. En su tonada, Vera Lynn dice “Don’t know where, don’t know when / But I know we’ll meet again, some sunny day”. A veces es el reencuentro lo que puede hacer que un día cualquiera se sienta más iluminado que de costumbre.

En cuanto a mis queridos lectores, con quienes hemos debatido, tertuliado y discutido tantas veces, estoy seguro que nos volveremos a ver. Para bien o para mal se queda conmigo el hábito de escribir y de cuestionar; y eso no es algo que se encienda para ponerlo debajo de una mesa.

A EL UNIVERSO, a todo su personal y a sus lectores me los llevo en la memoria como lo que son: grandes y queridos amigos. Y todos estos más de 3.000 caracteres son solo para decirles: “¡gracias!” y “¡hasta pronto!”. (O)