En la antigüedad, era el este el punto cardinal más relevante, de ahí que el verbo usado para ubicarse en un territorio es “orientar”. Mucho antes de que aparecieran las brújulas con su norte magnético, el punto cardinal indiscutible era aquel por donde salía el sol. De hecho, las antiguas iglesias cristianas debían tener sus ábsides mirando hacia el oriente; para que así el sol iluminara los altares a contraluz, durante la primera misa de la mañana.

En nuestro país, la región Oriental es la de mayor extensión. Sin embargo, durante gran parte de nuestra vida republicana hemos renunciado a tomarla en cuenta. En el siglo XIX la tratamos como una especie de Siberia tropical, que servía solo para enviar muy lejos a aquellos que estorbaban a los gobernantes de turno. Siendo liberal, debo reconocer que uno de los peores errores cometidos por Eloy Alfaro fue retirar a las organizaciones misioneras del Oriente ecuatoriano; pues esto le sirvió al Perú para poder expandirse en nuestro Oriente, bajo la excusa de fronteras vivas.

Tuvo que venir el petróleo para que nos interesemos en dicha región. Un interés a medias, casi circunstancial. Las provincias orientales solo han recibido migajas de la riqueza que le han dado al país. Y el precio ambiental y social que han tenido que pagar es altísimo: derrames de petróleo en la selva, comunidades no contactadas obligadas a integrarse, miles de personas enfermas por exponerse a químicos usados en hidrocarburos, etc.

Voté a favor de no explotar las reservas petrolíferas en el Yasuní. No debemos ignorar el daño que ha causado la industria hidrocarburífera a los diversos y frágiles ecosistemas de la Amazonía. Nuestra estructura económica no es un motivo para seguir destruyendo nuestro patrimonio natural de manera irreparable. Creo que la postura expresada por el actual ministro de Energía es antidemocrática y senil. A la dependencia se sobrepone solo a través del shock. Sé que no será agradable, pero es en los tiempos de crisis cuando nos lanzamos a implementar nuevas alternativas.

Se debe pensar ya cuál será la actividad que les permita a los ecuatorianos del Oriente vivir de manera próspera y decente.

Sin embargo, creo que debemos hacernos de manera urgente la siguiente pregunta: después del petróleo, ¿qué? ¿A qué se dedicarán los habitantes del Oriente ecuatoriano cuando ya no haya petróleo que extraer?

Tal como lo diera a entender Galo Plaza Lasso en su frase “el Oriente es un mito”, la agricultura no es una opción en nuestra región Amazónica. Su exuberancia vegetal se sostiene por una fina capa orgánica de nutrientes, que la agricultura destrozaría a la segunda cosecha.

El turismo es una actividad que ayudaría a compartir con el mundo nuestra riqueza natural, además

de ser la única actividad económica básica que trae capitales externos sin la exportación de bienes. Sin embargo, un turismo masivo terminaría siendo tan dañino como el petróleo para el sector.

Se debe pensar ya cuál será la actividad que les permita a los ecuatorianos del Oriente vivir de manera próspera y decente. Caso contrario, corremos el riesgo de que la única respuesta que muchos de ellos encuentren por su cuenta sea la producción de cocaína y la comercialización de esta. (O)