¿Por qué lo hace? ¿Por qué sigue metida en problemas que no tienen solución? Son preguntas reiterativas de personas que me quieren bien y sostienen que debo descansar, no exponerme tanto. Yo misma me hago la pregunta, pero al revés, ¿por qué no seguir, por qué no hacerlo?

Muchos creen que no soy capaz de pensar, de elegir, de valerme, hasta ahora, por mí misma.

Reconozco que me da vergüenza seguir intentando cambiar para bien los espacios que conozco, las realidades en las que algo puedo hacer para mejorarlas. Es como si tuviera que pedir permiso para ser yo misma. Mi cara arrugada y mi caminar encorvado hacen que muchos crean que no soy capaz de pensar, de elegir, de valerme, hasta ahora, por mí misma. Creen que, como se supone en los adultos mayores, me pueden manipular, impedirme actuar, decir, hacer. Creen que deben preguntarles a otros cómo me llamo y mi número de cédula. Creen que puedo esperar horas sentada para que alguien me atienda si voy a un banco o a un servicio público. Y cuando descubren que hablo, pienso, escribo, lo celebran como el primer paso que da un niño. Me parece curioso que se diga que los adultos mayores van a bailoterapia. Así como la comida no es una farmacia en la que recibimos remedios, el baile es un placer en sí mismo. Observo y aprendo.

Cuando a veces me reconocen, sobre todo al quitarme la mascarilla, ahora el asombro es: ¿Anda sola, no le dan seguridad? Así es. No tengo nada que ocultar, nada que esconder, puedo mirar las caras de los demás sin miedos, son mi lectura favorita.

Descubro que los mayores podemos ser tanto o más creativos que los jóvenes, porque no tenemos nada que defender, el qué dirán no nos perturba demasiado y el mundo es el hermoso presente que vivimos hoy, aquí, ahora. La vida es un bello milagro, desconcertante, lacerante, emocionante. Y hay que descubrir la brecha por donde la vida triunfa sobre la muerte, el miedo, el horror y el desánimo. Me emociona hasta las lágrimas un baile hermoso, así sea en un teatro, en una fiesta o en la casa, un canto, un paisaje, unos tomates que dan fruto, una gata con gatitos, una joven que se enamora. Pero no lloro cuando alguien fallece, parezco insensible. Simplemente la muerte me parece una amiga que nos espera y abre camino a otras dimensiones. ¿Cuáles? No lo sé. Es tan denso el presente que no tengo tiempo de imaginar cómo será otra cosa que no sea el ahora. Asimilo mejor las partidas, ya que he estado muchas veces cerca de que el hilo se rompa y levantar vuelo desde las entrañas de la tierra que nos cobija.

Estoy bien conmigo misma. Camino menos, exijo más, me río más, me emociono más, soy más vulnerable al dolor ajeno. Me indignan hasta las entrañas la corrupción, la injusticia, las mentiras, la falsedad. Intento no ser una viejecita quejumbrosa (antes no era así, todo tiempo pasado fue mejor), amo la soledad y el silencio, pero deseo salir a tomar un cafecito con amigos y disfrutar simplemente la alegría de ser y estar. Quisiera ver a los míos con sueños que puedan cumplir, con caminos que explorar.

Solo aspiro a no estorbar, acepto ser una pregunta incómoda, impredecible y dentro de lo posible fiable. Amo la libertad, Y no podría dejar de hacer lo que hago, porque es como dejar de ser yo, hasta que las fuerzas y cierta lucidez lo permitan, apuesto a luz que anida en la noche más oscura. (O)