Desde que empezó la pandemia cambié la caminata por la gimnasia por Zoom. Hoy salí a caminar. Descubrí que, a pesar de que lo nieguen, Quito sigue siendo una ciudad taurina: hay que ir toreando las cacas de perro. Los papeles desbordados de los basureros parecen los mismos que encontré dos años atrás. Conforme avanzo veo los colores de los edificios, sus letreros horrendos, la invasión de las vías, la poca vegetación, y pienso que este ya no es el lugar para mis hijas y que me alegra que estén lejos. Este ya no es su Quito. Es la Quito de nadie, al parecer. Da la impresión de no tener dueño.

¿Se va a repetir la barbarie de octubre de 2019? ...en este país uno puede orinarse en la tapa del piano y luego le perdonan...

En la esquina del hotel Sheraton el paisaje cambia, unos ojos que sonríen iluminan mi día. A pesar de la mascarilla, de las gafas, de la gorra, “el veci” me reconoce. ¡Veci! me saluda y yo siento que el corazón se me hace grande, él no sabe cuánto temí por su vida, cuánto lo he pensado en estos dos años. Es que estar parado en una esquina vendiendo jugos es muy riesgoso. Conversamos, que me ha extrañado dice. Ya no salgo a caminar, pero me iré haciéndole el gasto, le digo. Apurado saca dos botellas de jugo, le pago los dos dólares y le pregunto cómo se llama; él, sonriéndome con unos ojos pícaros, responde: Rafael… Fonseca, no Correa. “Valga la aclaración”, comento mientras me río con ganas.

Sigo hasta mi casa y los vecinos manabitas de una cebichería han puesto un letrero que informa que las mascotas son bienvenidas. La foto que acompaña este mensaje es la de un perro, un gato y un burro. Vuelvo a sonreír detrás de la mascarilla.

Dos jóvenes, con mochila y celular, cuyas miradas por alguna razón me atemorizan, me obligan a cambiar de acera, pero me siento mal de hacerlo.

Llego a mi casa y veo el noticiario, no puedo contener las lágrimas. Le ruego a Santi que no se vaya al campo. Siento odio en las palabras de los dirigentes indígenas.

Veo ¿ingenuidad? en el comunicado del presidente Guillermo Lasso y en las declaraciones de su ministro de Gobierno. ¿Se va a repetir la barbarie de octubre de 2019? Total, si en este país uno puede orinarse en la tapa del piano y luego le perdonan, ¿por qué no?

¿Cómo llegamos hasta aquí? Fácilmente. Llegamos por la indolencia y ambición de los políticos, todos llevan las aguas a su molino; llegamos porque los pobres son parte del paisaje; porque la educación y la cultura, hace décadas, dejaron de ser prioridad para los gobernantes; porque la necesidad llevó a la gente por los peores caminos y vicios; porque la justicia y la Asamblea son cloacas; porque la injusticia se huele, igual que el miedo y la riqueza excesiva ofende. Pero no solo Guillermo Lasso y su apatía son los culpables, estos males ya están añejos, son estructurales, endémicos.

Esta ya no es mi ciudad, pienso. A este país que veo en las noticias ya no lo siento mío, me digo. Pero nada es cierto. Quito es mía aunque no haya nacido aquí. Ecuador es mío porque me duele. Estamos perdidos. Y mientras el odio, la necedad y la negativa a dialogar se impongan, seguiremos tratándonos sin respeto, descalificando al que piensa diferente.

Y no, no sé dónde está el norte, solo sé que la violencia daña. (O)