La guerra sigue, pero una batalla ha sido ganada, demostrando que sí se puede cuando hay decisión, coraje; y, hoy, hay que demostrar perseverancia para alcanzar la victoria total; la actuación de la Policía y de las Fuerzas Armadas ha sido admirable. La victoria ha traído consecuencias adicionales: ha frustrado los propósitos de grupos políticos convocados a la Asamblea con el objetivo visible de analizar los hechos de violencia acaecidos en las cárceles y en las calles de ciudades de la Costa como Guayaquil, Durán y Esmeraldas, y otro, un tanto disimulado de encontrar motivos para destituir al presidente. El control de la cárcel en Guayaquil frustró los intentos desestabilizadores. El Gobierno ha obtenido un triunfo momentáneo, pero será pírrico, transitorio, si no lo consolida de manera general y absoluta; la ciudadanía ha recibido un mensaje de esperanza, de que se puede recuperar la paz, la tranquilidad, que se podrá transitar sin temores de asalto, extorsión, violación, muerte. ¡Cuidado con defraudarla!

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El fugaz triunfo obtenido debería moverle al Gobierno a revisar la tónica de sus actuaciones; se ha limitado, en lo constitucional y legal, a proponer, mediante consulta popular, algunas reformas aisladas, moderadas, a la Constitución heredada del correísmo; pero ellas son solo paños tibios que no lograrán calmar la fiebre que invade al cuerpo social. Para muestra, basados en tal Constitución, y como ya se intentó antes, sin éxito, destituir al presidente, pues ya se encontraron en la malhadada Constitución nuevas causales para su destitución; lo discutieron abiertamente. La Constitución de Montecristi se presta a todos los desórdenes: los exagerados recursos de amparo; la liberación de los delincuentes por jueces sin conciencia, venales. La consulta popular debería ser para que el pueblo derogue la Constitución de Montecristi y quede en vigencia la de 1998, actualizada con todos los avances en derechos humanos, laborales, etc.

El presidente habrá sentido las ondas de aprobación ciudadana a su enérgica –la primera– respuesta a la sublevación en las cárceles. ¡Cuánto más respaldo recibiría si consiguiera la paz en calles y cárceles él solo, sin la interferencia de la Asamblea que en estos días trató nuevamente de destituirle; es decir si, usando su facultad constitucional, disuelve esta Asamblea, que se ha ganado el rechazo de la Nación.

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La actuación eficaz en el control de las cárceles no fue planificado: la prueba está en que el presidente tuvo que cancelar, súbitamente, sus vacaciones en el exterior; pero hubo una Policía y unas Fuerzas Armadas preparadas para lo imprevisto.

El asunto es más grave que cualquier cosa del pasado, porque antes se trataba de luchas políticas; hoy, de enfrentar a los carteles internacionales de la droga. Hay que desterrar la idea de que se puede vencer a esta situación extraordinaria con medidas ordinarias. Hay que cambiar de Constitución como lo propone Simón Espinosa; es decir, medidas extraordinarias para una situación extraordinaria. Y llamar a una concentración nacional al margen de los partidos políticos. Una solución con los mismos actores y métodos fracasará. (O)