Advertencia al lector: esta columna puede ser perjudicial para su actitud de fin de año.

No se deje engañar por el título pensando en que allanaremos de alguna manera su camino a la revelación o fortalecimiento de sus propósitos. Es todo lo contrario. Este texto es para los pesimistas, para los seres que no son tan especiales, que han descubierto que no son únicos y que tal vez no tienen un don maravilloso que compartir.

Los que se dieron cuenta de que no podían ser cualquier cosa que quisieran y que probablemente nunca lograrán ser la “mejor versión de sí mismos”.

Es para aquellos que viven con cierta angustia ante el histérico llamado de gurús y posteos con hermosos paisajes que obligan a tener definido un propósito noble de vida y claridad sobre los sueños que seguir.

Emile Ciorán, escritor y filósofo rumano, en una conversación con Helga Perz, ante la pregunta sobre el sentido de la vida, respondió: “Esa cuestión me ha atormentado toda la vida, pero no he encontrado respuesta alguna. Después de haber leído y reflexionado no poco, he llegado a la misma conclusión de que el campesino del Danubio o los analfabetos de la prehistoria: no hay respuesta. Hay que resignarse a ello y soportar la vida tal como viene”. “Vivo sin porvenir, el futuro está excluido para mí en todos los sentidos. Así, vivo como en un presente eterno y sin objeto, y no soy desgraciado por carecer de objeto. Los hombres deben habituarse a vivir sin objeto y no es tan fácil como se cree”.

Tal vez los sueños estén sobrevalorados, como escuché decir a una escritora de series de un canal norteamericano.

Sé que estas palabras de Ciorán, el llamado filósofo de la desesperanza, contradicen un montón de premisas sobre la vida, la espiritualidad, el esfuerzo y bla, bla, bla del mundo contemporáneo, es solo que en estas fechas, donde uno tiene la “obligación” de revisar y plantearse lo que quiere ser y lograr desde el lunes en adelante, las palabras de Ciorán dejan ver una invitación a no condicionar la vida a un futuro de especulaciones y centrarse más en el estar. Estar aquí y ahora con los que tienes, sin los imaginarios tormentosos o desafiantes de lo que deberíamos o pudimos ser.

Tal vez los sueños estén sobrevalorados, como escuché decir a una escritora de series de un canal norteamericano. Tal vez no hay que ser todo lo que se dice o se espera que seas. Tal vez esos visionarios que han encontrado la receta de cómo definir tu propósito de vida, ser emprendedor y tener amigos en 10 pasos, están más preocupados de venderte su curso por internet que de aportar al sentido de tu vida.

Tal vez hay que escucharse más uno y estar. Estar ahora con los que estás. En paz.

Eso aprendí de una amiga, que cambió su nombre de Estefanía a Estefeliz, a la que le dedico esta columna.

En un mundo que nos llena de eslóganes de autoayuda y superación, donde se exhibe un universo con filtros de felicidad y éxito, donde la culpa y la frustración pululan de manera silenciosa, creo hay que darse el permiso de ser feliz hoy con lo que hay.

Y si tú no has encontrado todavía tu propósito o el sentido de la vida, no pasa nada, ese puede ser tu propósito para el próximo año. Es broma. Feliz año. (O)