Amo el periodo de fiestas de Guayaquil. Hay algarabía en el ambiente, una alegría diáfana que hace olvidar un poco los peligros, la inseguridad y los aconteceres políticos. Un reconciliarse con el sol, que, en un fondo de aire fresco, aunque brille parece más benigno en un cielo azul sin nubes.
Parte de la salida creativa a esta crisis está en el conocerse íntimamente, admirarse, necesitarse...
Los niños disfrutan sus sombreros, paraguas, encajes y guayaberas, las canciones y los desfiles. Las músicas de fondo hacen aparecer lágrimas en los rostros surcados de huellas de los ciudadanos mayores que miran embelesados las marchas acompañadas de bandas gallardas y afinadas.
Recuerdo las palabras de Marcia Gilbert en una entrevista: “Este es un país de gente buena”. Ella se crio en medio de cacaoteros, que extendían el cacao en las calles cercanas a su hogar y donde aparentemente aprendió las “malas palabras” que a veces adornan sus pláticas. Cuando vivió en Quito, se escapaba sin que se dieran cuenta sus familiares a Guápulo, y al volver subía la montaña ayudada por indígenas que la protegían y nunca le hicieron ningún daño, como tampoco lo hicieron los cacaoteros.
En medio de todas las propuestas políticas, económicas, sociales, que abundan en este momento en los diálogos, debates y discusiones para enrumbar el país que no logra desarrollar un proyecto que aglutine sus diferencias y las proponga en una identidad común de país, sigo creyendo que parte de la salida creativa a esta crisis está en el conocerse íntimamente, admirarse, necesitarse, y mostrar a los demás con orgullo esa variedad.
El desconocimiento y prejuicio entre sus habitantes llega a ser abrumador, desde la manera de referirse a los que son de otras ciudades y regiones, de otras culturas o trabajos, con una prepotencia y superioridad apabullante (no hay que excluir a nadie, cada uno se cree superior a otros así viva en la Amazonía o en los barrios más excluidos… “somos los dueños del petróleo, y de sabidurías ancestrales”, “no conocen la vida como nosotros, no han trabajado nunca” hasta “qué cree que piensan esos indios”, o si viven en Quito “que dicen los de provincias”, o en Guayaquil “nunca se sabe lo que piensa un serrano”… Podría hacerse un libro de exclusiones mutuas).
Por eso me permito insistir en una propuesta que necesita profundizarse para hacerla posible. Qué tal si en las vacaciones escolares, colegiales, académicas, de Sierra y Costa, dado que tienen diferentes calendarios, y guardando las medidas de seguridad que sea conveniente tomar, los diferentes centros educativos organizan estadías de alumnos en familias de regiones diferentes, antes de su graduación. Tomando en cuenta afinidades o, al contrario, sus diferencias. Objetivo a lograr: conocer regiones y personas diferentes a su entorno habitual, aprender de ellos y a su vez aportar sus diferencias. Y podría intentarse, además, en acontecimientos especiales, como las fiestas de Navidad, Año Nuevo, hacer lo propio con estudiantes de barrios altos y bajos, pasar unos días en casa de los demás para valorar cómo viven y crear vínculos humanos de admiración en lugar de desprecio.
La experiencia muestra que ese convivir marca las vidas, las acerca, las hace solidarias, respetuosas. Terreno propicio para construir un país que se levante desde su historia, su geografía y su diversidad. (O)