La reportera Akane Otani de The Wall Street Journal señala que Washington y Wall Street fallaron estrepitosamente con sus proyecciones para 2022. La Fed dijo que la inflación era un fenómeno pasajero y esta llegó a su punto más alto en cuatro décadas durante el verano. Los principales analistas financieros preveían un año regular, pero el S&P 500 cayó en un 19 % —la pérdida más grande desde la crisis financiera de 2008— y los bonos tuvieron su peor año registrado.

Dicho esto, toda proyección debe ser realizada con mucha humildad y recibida con reservas. Si consideramos solamente 2022, es comprensible que a muchos nos haya sorprendido la guerra en Ucrania. El historiador Niall Ferguson sostiene que el error de muchos economistas al momento de pronosticar la probabilidad de un conflicto es que dan demasiado peso a la interdependencia económica como una barrera a un conflicto armado. Sí, la literatura económica demuestra que las naciones que comercian entre sí son menos proclives a involucrarse en un conflicto, aunque es probable que se dé existiendo factores tan particulares como Vladimir Putin.

Terminando 2021, el mundo empezaba a entender —gracias a la menos letal pero más contagiosa variante ómicron del COVID— que había que empezar a coexistir con el virus. Muchos asumimos que China también se uniría a la ola de reapertura total. Pero el régimen de Xi Jinping reaccionó de manera contraria reinstaurando las cuarentenas y controles draconianos. Esto resultó ser un duro shock a la oferta y la demanda. Por ejemplo, recién esta semana Foxconn —la fábrica más grande del mundo de iPhones— está retornando a capacidad máxima de producción. Por el lado de la demanda, los chinos encerrados consumen menos camarón y presionaron a la baja su precio.

Lo que sí sabemos es que está en nuestras manos aprovechar o no las oportunidades que se presentan.

Estos dos fenómenos acentuaron una tendencia que ya se venía dando desde hace algún tiempo: “nearhoring” o “reshoring”. China se ha vuelto un socio comercial poco confiable y muchos empresarios alrededor del mundo están reestructurando sus cadenas de suministro y diversificando el destino de sus productos hacia otros mercados. En algunos casos se han trasladado operaciones a Vietnam, en otros casos los exportadores están buscando reducir su dependencia del mercado chino. Esto constituye una verdadera oportunidad que podrían aprovechar al máximo aquellos países que tengan el entorno más amigable a los negocios.

No basta con que en China y otros países de nuestro vecindario tengan un entorno cada vez más hostil a las empresas. Muchas economías latinoamericanas tienen costos laborales, regulatorios y tributarios comparativamente altos en relación con Asia y carecen de seguridad jurídica que garantice el cumplimiento de los contratos. Si un empresario estadounidense toma la decisión de retirar sus operaciones o inversiones de China, es poco probable que elija un país como Ecuador y más posible que elija uno como Vietnam o México. Hay en el caso de estas dos naciones ventajas de cercanía y/o costos laborales-tributarios-regulatorios que hacen que esos destinos luzcan más atractivos.

Las guerras, las pandemias y cualquier otro evento de esa naturaleza son casi imposibles de predecir. Lo que sí sabemos es que está en nuestras manos aprovechar o no las oportunidades que se presentan. (O)