Cada vez que alguien pregunta por qué no figuran mujeres en el bum latinoamericano escucha la respuesta que es una injusticia con Elena Garro. Y es cierto, porque esta enorme escritora que dejó novelas, obras de teatro, poemas y toda clase de artículos, vivió y publicó paralelamente a los famosos autores de tal fenómeno. Su más conocida novela Los recuerdos del porvenir (1963) es un año posterior a La ciudad y los perros y antecede cuatro a Cien años de soledad.

Acabo de leer La reina de espadas, de Jazmina Barrera, curiosa biografía emprendida con toda originalidad por la joven mexicana, y trato de asimilar la andanada de datos e imágenes que me provoca. Lo original consiste en que se narra la vida de Garro mientras se cuenta cómo va creciendo la investigación y cómo se implica la biógrafa con sus propias luchas mientras se hunde, por ejemplo, en el sótano de la biblioteca de Princeton para consumir los papeles privados, adquiridos por la universidad. No hay afirmación que se haga sobre ideas y sucesos de Elena que no se sustente en la fuente adecuada.

Así y todo, la Elena Garro que vamos conociendo es la de Barrera: hay tal implicación entre las dos figuras (mexicanas, escritoras, feministas) que las escandalosas contradicciones de la mayor nos dejan con la pregunta: ¿se trata de una biografía de comprensión, complicidad o juicio? La condición de haber sido la primera esposa de Octavio Paz, el primer mexicano premio Nobel de Literatura, la arrastró a los más terribles conflictos de sujeción y rivalidad, mientras prohijaban a Helena Paz Garro, tironeada entre los viajes y peleas paternas. Deja mal sabor conocer las intimidades de los genios, saberlos capaces de desquitarse el uno del otro negando manutención a la hija, enviándola a casa de la abuela, donde pudo ser abusada.

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Lo cierto es que Elena madre acompañó a Paz a Madrid, a París y Tokio, embarcado él en su carrera diplomática y amarrada ella, la bellísima, la elegante, a ir tomada del brazo del embajador mientras era galanteada y perseguida por otros hombres. En esos andares surgió Adolfo Bioy Casares, con quien vivió un intenso romance, para nada desconocido por el marido poeta. Lo que importa es que de todo esto surgió obra literaria: de la pluma de Elena, la novela Testimonio sobre Mariana; de la de Bioy, El sueño de los héroes. Fue como ha sido siempre: el conflicto alimenta el arte.

Divorciada de Paz, la vida de Elena tomó otro rumbo, hizo caso de su juvenil sensibilidad social y se aproximó a la izquierda, tuvo amistad con políticos y se vio cercana a los terribles sucesos de Tlatelolco de 1968. Desde entonces fue una perseguida política, una sospechosa y hasta una prisionera; escapó de situaciones peligrosas, cruzó la frontera sin documentos (y debo emplear el plural porque siempre estuvo acompañada de su hija) y conoció la pobreza total, los empleos ínfimos. Estuvo fuera de su país durante veinte años hasta que un editor la tentó a volver: con un equipaje de sesenta cajas de libros y trece gatos se instaló en la ciudad de Cuernavaca, recibió homenajes, pero el enfisema no le perdonó sus dos cajetillas de cigarrillos diarias. Murió cuatro meses después que su célebre exmarido, aquel de quien nadie dudó a la hora de elogiar. A ella le ha costado mucho más tiempo imponer su obra. (O)